Página inicio

-

Agenda

20 septiembre 2026

MODO DE VIVIR: Confianza en los demás

Confianza en los demás

Sirve a tu Dios con rectitud, séle fiel... y no te preocupes de nada: porque es una gran verdad que "si buscas el reino de Dios y su justicia, Él te dará lo demás -lo material, los medios- por añadidura". (Camino 472).

Las decisiones de gobierno, tomadas a la ligera por una sola persona, nacen siempre, o casi siempre, influidas por una visión unilateral de los problemas.
-Por muy grandes que sean tu preparación y tu talento, debes oír a quienes comparten contigo esa tarea de dirección. (Surco 392).

Muchos, con aire de autojustificación, se preguntan: yo, ¿por qué me voy a meter en la vida de los demás?
-¡Porque tienes obligación, como cristiano, de meterte en la vida de los otros, para servirles!
-¡Porque Cristo se ha metido en tu vida y en la mía! (Forja 24).

Ofrecemos incienso: los deseos, que suben hasta el Señor, de llevar una vida noble, de la que se desprenda el bonus odor Christi, el perfume de Cristo. Impregnar nuestras palabras y acciones en el bonus odor, es sembrar comprensión, amistad. Que nuestra vida acompañe las vidas de los demás hombres, para que nadie se encuentre o se sienta solo. Nuestra caridad ha de ser también cariño, calor humano.
Así nos lo enseña Jesucristo. La Humanidad esperaba desde hacía siglos la venida del Salvador; los profetas lo habían anunciado de mil formas; y hasta en los últimos rincones de la tierra —aunque estuviese perdida, por el pecado y por la ignorancia, gran parte de la Revelación de Dios a los hombres— se conservaba el deseo de Dios, el ansia de ser redimidos.
Llega la plenitud de los tiempos y, para cumplir esa misión, no aparece un genio filosófico, como Platón o Sócrates; no se instala en la tierra un conquistador poderoso, como Alejandro. Nace un Infante en Belén. Es el Redentor del mundo; pero, antes de hablar, ama con obras. No trae ninguna fórmula mágica, porque sabe que la salvación que ofrece debe pasar por el corazón del hombre. Sus primeras acciones son risas, lloros de niño, sueño inerme de un Dios encarnado: para enamorarnos, para que lo sepamos acoger en nuestros brazos.
Nos damos cuenta ahora, una vez más, de que éste es el cristianismo. Si el cristiano no ama con obras, ha fracasado como cristiano, que es fracasar también como persona. No puedes pensar en los demás como si fuesen números o escalones, para que tú puedas subir; o masa, para ser exaltada o humillada, adulada o despreciada, según los casos. Piensa en los demás —antes que nada, en los que están a tu lado— como en lo que son: hijos de Dios, con toda la dignidad de ese título maravilloso.
Hemos de portarnos como hijos de Dios con los hijos de Dios: el nuestro ha de ser un amor sacrificado, diario, hecho de mil detalles de comprensión, de sacrificio silencioso, de entrega que no se nota. Este es el bonus odor Christi, el que hacía decir a los que vivían entre nuestros primeros hermanos en la fe: ¡Mirad cómo se aman!
(Es Cristo que pasa 36).