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15 agosto 2026

MODO DE VIVIR: Sacrificio y mortificación

Sacrificio y mortificación

Ningún ideal se hace realidad sin sacrificio.
-Niégate. -¡Es tan hermoso ser víctima! (Camino 175).

¡Sacrificio, sacrificio! -Es verdad que seguir a Jesucristo -lo ha dicho Él- es llevar la Cruz. Pero no me gusta oír a las almas que aman al Señor hablar tanto de cruces y de renuncias: porque, cuando hay Amor, el sacrificio es gustoso -aunque cueste- y la cruz es la Santa Cruz.
-El alma que sabe amar y entregarse así, se colma de alegría y de paz. Entonces, ¿por qué insistir en "sacrificio", como buscando consuelo, si la Cruz de Cristo -que es tu vida- te hace feliz? (Surco 249).

El amor gustoso, que hace feliz al alma, está basado en el dolor: no cabe amor sin renuncia. (Forja 760).

Vuelve de nuevo la mirada sobre tu vida, y pide perdón por ese detalle y por aquel otro que saltan enseguida a los ojos de tu conciencia; por el mal uso que haces de la lengua; por esos pensamientos que giran continuamente alrededor de ti mismo; por ese juicio crítico consentido que te preocupa tontamente, causándote una perenne inquietud y zozobra... ¡Que podéis ser muy felices! ¡Que el Señor nos quiere contentos, borrachos de alegría, marchando por los mismos caminos de ventura que El recorrió! Sólo nos sentimos desgraciados cuando nos empeñamos en descaminarnos, y nos metemos por esa senda del egoísmo y de la sensualidad; y mucho peor aún si embocamos la de los hipócritas.
El cristiano ha de manifestarse auténtico, veraz, sincero en todas sus obras. Su conducta debe transparentar un espíritu: el de Cristo. Si alguno tiene en este mundo la obligación de mostrarse consecuente, es el cristiano, porque ha recibido en depósito, para hacer fructificar ese don (Cfr. Lc XIX, 13), la verdad que libera, que salva (Cfr. Ioh VIII, 32). Padre, me preguntaréis, y ¿cómo lograré esa sinceridad de vida? Jesucristo ha entregado a su Iglesia todos los medios necesarios: nos ha enseñado a rezar, a tratar con su Padre Celestial; nos ha enviado su Espíritu, el Gran Desconocido, que actúa en nuestra alma; y nos ha dejado esos signos visibles de la gracia que son los Sacramentos. Úsalos. Intensifica tu vida de piedad. Haz oración todos los días. Y no apartes nunca tus hombros de la carga gustosa de la Cruz del Señor.
Ha sido Jesús quien te ha invitado a seguirle como buen discípulo, con el fin de que realices tu travesía por la tierra sembrando la paz y el gozo que el mundo no puede dar. Para eso -insisto-, hemos de andar sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte, sin rehuir a toda costa el dolor, que para un cristiano es siempre medio de purificación y ocasión de amar de veras a sus hermanos, aprovechando las mil circunstancias de la vida ordinaria.
Se ha pasado el tiempo. Tengo que poner punto final a estas consideraciones, con las que he intentado remover tu alma, para que tú respondieses concretando algunos propósitos, pocos, pero bien determinados. Piensa que Dios te quiere contento y que, si tú pones de tu parte lo que puedes, serás feliz, muy feliz, felicísimo, aunque en ningún momento te falte la Cruz. Pero esa Cruz ya no es un patíbulo, sino el trono desde el que reina Cristo. Y a su lado, su Madre, Madre nuestra también. La Virgen Santa te alcanzará la fortaleza que necesitas para marchar con decisión tras los pasos de su Hijo.
(Amigos de Dios 141).