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Lucha por alcanzar el cielo
La relativa y pobre felicidad del egoísta, que se encierra en su torre de marfil, en su caparazón..., no es difícil conseguirla en este mundo. -Pero la felicidad del egoísta no es duradera. ¿Vas a perder, por esa caricatura del cielo, la Felicidad de la Gloria, que no tendrá fin? (Camino 29).
Resulta muy cómodo decir: "no valgo: no me sale -no nos sale- una a derechas". -Aparte de que no es verdad, ese pesimismo cela una poltronería muy grande... Hay cosas que haces bien, y cosas que haces mal. Llénate de contento y de esperanza por las primeras; y enfréntate -sin desaliento- con las segundas, para rectificar: y saldrán. (Surco 68).
El Señor vence siempre. -Si eres instrumento suyo, también tú vencerás, porque lucharás los combates de Dios. (Forja 989).
Aquí, en la presencia de Dios, que nos preside desde el Sagrario -¡cómo fortalece esta proximidad real de Jesús!-, vamos a meditar hoy acerca de ese suave don de Dios, la esperanza, que colma nuestras almas de alegría, spe gaudentes (Rom XII, 12), gozosos, porque -si somos fieles- nos aguarda el Amor infinito.
No olvidemos jamás que para todos -para cada uno de nosotros, por tanto- sólo hay dos modos de estar en la tierra: se vive vida divina, luchando para agradar a Dios; o se vive vida animal, más o menos humanamente ilustrada, cuando se prescinde de El. Nunca he concedido demasiado peso a los santones que alardean de no ser creyentes: los quiero muy de veras, como a todos los hombres, mis hermanos; admiro su buena voluntad, que en determinados aspectos puede mostrarse heroica, pero los compadezco, porque tienen la enorme desgracia de que les falta la luz y el calor de Dios, y la inefable alegría de la esperanza teologal.
Un cristiano sincero, coherente con su fe, no actúa más que cara a Dios, con visión sobrenatural; trabaja en este mundo, al que ama apasionadamente, metido en los afanes de la tierra, con la mirada en el Cielo. Nos lo confirma San Pablo: quae sursum sunt quaerite; buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios; saboread las cosas del Cielo, no las de la tierra. Porque muertos estáis ya -a lo que es mundano, por el Bautismo-, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col III, 1-3). (Amigos de Dios 206).