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Caridad y fortaleza
No reprendas cuando sientes la indignación por la falta cometida. -Espera al día siguiente, o más tiempo aún. -Y después, tranquilo y purificada la intención, no dejes de reprender. -Vas a conseguir más con una palabra afectuosa que con tres horas de pelea. -Modera tu genio. (Camino 10).
Has de conducirte cada día, al tratar a quienes te rodean, con mucha compresión, con mucho cariño, junto -claro está- con toda la energía necesaria: si no, la compresión y el cariño se convierten en complicidad y en egoísmo. (Surco 803).
Como te sientes fundamento escogido por Dios para corredimir -no te olvides de que eres...miseria y miseria-, tu humildad te ha de llevar a colocarte debajo de los pies -al servicio- de todos. -Así están los cimientos de los edificios.
Pero el fundamento ha de tener fortaleza, que es virtud indispensable en quien ha de sostener o empujar a otros.
-Jesús -díselo con fuerza-, que nunca, por falsa humildad, deje de practicar la virtud cardinal de la fortaleza. Dame, Dios mío que discierna el oro de la escoria. (Forja 473).
Os recuerdo que si sois sinceros, si os mostráis como sois, si os endiosáis, a base de humildad, no de soberbia, vosotros y yo permaneceremos seguros en cualquier ambiente: podremos hablar siempre de victorias, y nos llamaremos vencedores. Con esas íntimas victorias del amor de Dios, que traen la serenidad, la felicidad del alma, la comprensión.
La humildad nos empujará a que llevemos a cabo grandes labores; pero a condición de que no perdamos de vista la conciencia de nuestra poquedad, con un convencimiento de nuestra pobre indigencia que crezca cada día. Admite sin vacilaciones que eres un servidor obligado a realizar un gran número de servicios. No te pavonees por ser llamado hijo de Dios -reconozcamos la gracia, pero no olvidemos nuestra naturaleza-; no te engrías si has servido bien, porque has cumplido lo que tenías que hacer. El sol efectúa su tarea, la luna obedece; los ángeles desempeñan su cometido. El instrumento escogido por el Señor para los gentiles, dice: yo no merezco el nombre de Apóstol, porque he perseguido la Iglesia de Dios (1 Cor XV, 9)... Tampoco nosotros pretendamos ser alabados por nosotros mismos (S. Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, 8, 32 (PL 15, 1774)): por nuestros méritos, siempre mezquinos. (Amigos de Dios 106).