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16 julio 2026

MODO DE VIVIR: Correspondencia al amor de Dios

Correspondencia al amor de Dios

No necesito milagros: me sobran con los que hay en la Escritura.
-En cambio, me hace falta tu cumplimiento del deber, tu correspondencia a la gracia. (Camino 362).

Corresponder a la gracia divina -preguntas-, ¿es de justicia...?, ¿de generosidad...?
-¡De Amor! (Surco 669).

Exígete sin miedo. En su vida escondida, muchas almas así lo hacen, para que sólo el Señor se luzca.
Quisiera que tú y yo reaccionásemos como aquella persona -que deseaba ser muy de Dios- en la fiesta de la Sagrada Familia, entonces celebrada en la infraoctava de Epifanía.
"No me faltan crucecicas. Una de ayer -me costó, hasta llorar- me ha traído a la consideración, en el día de hoy, que mi Padre y Señor San José y mi Madre Santa María no han querido dejar a «su niño» sin regalo de Reyes. Y el regalo ha sido luz para conocer mi desagradecimiento con Jesús, por falta de correspondencia a la gracia, y el error enorme que supone en mí el oponerme, con mi conducta villana, a la Voluntad Santísima de Dios, que me quiere para instrumento suyo". (Forja 624).

En la economía de la salvación, Nuestro Padre cuida de cada alma con delicadeza amorosa: cada uno ha recibido de Dios su propio don, quien de una manera, quien de otra. Parecería inútil, por tanto, afanarse por presentar al Señor algo de lo que El tuviera necesidad; desde nuestra situación de deudores que no tienen con qué pagar, nuestros dones se asemejarían a los de la Antigua Ley, que Dios ya no acepta: Tú no has querido, ni han sido de tu agrado, los sacrificios, las ofrendas y los holocaustos por el pecado, cosas todas que ofrecen según la Ley.
Pero el Señor sabe que dar es propio de enamorados, y El mismo nos señala lo que desea de nosotros. No le importan las riquezas, ni los frutos ni los ani¬males de la tierra, del mar o del aire, porque todo eso es suyo; quiere algo íntimo, que hemos de entregarle con libertad: dame, hijo mío, tu corazón. ¿Veis? No se satisface compartiendo: lo quiere todo. No anda buscando cosas nuestras, repito: nos quiere a nosotros mismos. De ahí, y sólo de ahí, arrancan todos los otros presentes que podemos ofrecer al Señor.
Démosle, por tanto, oro: el oro fino del espíritu de desprendimiento del dinero y de los medios materiales. No olvidemos que son cosas buenas, que vienen de Dios. Pero el Señor ha dispuesto que los utilicemos, sin dejar en ellos el corazón, haciéndolos rendir en provecho de la humanidad.
Los bienes de la tierra no son malos; se pervierten cuando el hombre los erige en ídolos y, ante esos ídolos, se postra; se ennoblecen cuando los convertimos en instrumentos para el bien, en una tarea cristiana de justicia y de caridad. No podemos ir detrás de los bienes económicos, como quien va en busca de un tesoro; nuestro tesoro está aquí, reclinado en un pesebre; es Cristo y en El se han de centrar todos nuestros amores, porque donde está nuestro tesoro allí estará también nuestro corazón.
(Es Cristo que pasa 35).