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11 junio 2026

MODO DE VIVIR: Sencillez

Sencillez

No ocultes a tu Director esas insinuaciones del enemigo. -Tu victoria, al hacer la confidencia, te da más gracia de Dios. -Y además tienes ahora, para seguir venciendo, el don de consejo y las oraciones de tu padre espiritual. (Camino 64).

¿Un medio para ser franco y sencillo?... Escucha y medita estas palabras de Pedro: «Domine, Tu omnia nosti...» -Señor, ¡Tú lo sabes todo! (Surco 326).

Hoy, por vez primera, has tenido la sensación de que todo se hace más sencillo, de que se te «descomplica» todo: ves eliminados, por fin, problemas que te preocupaban. Y comprendes que estarán más y mejor resueltos, cuanto más te abandones en los brazos de tu Padre Dios.
¿A qué esperas para conducirte siempre -¡éste ha de ser el motivo de tu vivir!- como un hijo de Dios? (Forja 226).

Algo semejante ha sucedido con nosotros. Sin gran dificultad podríamos encontrar en nuestra familia, entre nuestros amigos y compañeros, por no referirme al inmenso panorama del mundo, tantas otras personas más dignas que nosotros para recibir la llamada de Cristo. Más sencillos, más sabios, más influyentes, más importantes, más agradecidos, más generosos.
Yo, al pensar en estos puntos, me avergüenzo. Pero me doy cuenta también de que nuestra lógica humana no sirve para explicar las realidades de la gracia. Dios suele buscar instrumentos flacos, para que aparezca con clara evidencia que la obra es suya. San Pablo evoca con temblor su vocación: después de todos se me apareció a mí, que vengo a ser como un abortivo, siendo el menor de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios. Así escribe Saulo de Tarso, con una personalidad y un empuje que la historia no ha hecho sino agrandar.
Sin que haya mediado mérito alguno por nuestra parte, os decía: porque en la base de la vocación están el conocimiento de nuestra miseria, la conciencia de que las luces que iluminan el alma —la fe—, el amor con el que amamos —la caridad— y el deseo por el que nos sostenemos —la esperanza—, son dones gratuitos de Dios. Por eso, no crecer en humildad significa perder de vista el objetivo de la elección divina: ut essemus sancti, la santidad personal.
Ahora, desde esa humildad, podemos comprender toda la maravilla de la llamada divina. La mano de Cristo nos ha cogido de un trigal: el sembrador aprieta en su mano llagada el puñado de trigo. La sangre de Cristo baña la simiente, la empapa. Luego, el Señor echa al aire ese trigo, para que muriendo, sea vida y, hundiéndose en la tierra, sea capaz de multiplicarse en espigas de oro. (Es Cristo que pasa 3).