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Abandono en la Virgen
Todos los pecados de tu vida parece como si se pusieran de pie. -No desconfíes. -Por el contrario, llama a tu Madre Santa María, con fe y abandono de niño. Ella traerá el sosiego a tu alma (Camino 498).
La Virgen Santa María, Maestra de entrega sin límites. -¿Te acuerdas?: con alabanza dirigida a Ella, afirma Jesucristo: "¡el que cumple la Voluntad de mi Padre, ése -ésa- es mi madre!..."
Pídele a esta Madre buena que en tu alma cobre fuerza -fuerza de amor y de liberación- su respuesta de generosidad ejemplar: «ecce ancilla Domini!» -he aquí la esclava del Señor (Surco 33).
Procura dar gracias a Jesús en la Eucaristía, cantando loores a Nuestra Señora, a la Virgen pura, la sin mancilla, la que trajo al mundo al Señor.
-Y, con audacia de niño, atrévete a decir a Jesús: mi lindo Amor, ¡bendita sea la Madre que te trajo al mundo!
De seguro que le agradas, y pondrá en tu alma más amor aún (Forja 70).
Nada había en aquel cuerpo que no hubiera puesto con generosidad perfecta al servicio de Jesús: su casto seno que había llevado al Hijo de Dios; sus manos que le habían puesto cuando niño en el pesebre, que le habían ofrecido la primera bebida, que le habían presentado el primer manjar; las que le habían sostenido en sus primeros pasos cuando niño y habían estado siempre activas para ayudarle; las que habían molido el grano para Él y habían cocido el pan; las que habían hilado y tejido y remendado, hasta que fue mayor y estuvo dispuesto para la pasión; las que en la hora de la pasión se habían entrelazado la una con la otra con sumisión y abandono en Dios en el exceso de dolor (WILLIAM. Vida de María).
Sigamos nosotros ahora considerando este misterio de la Maternidad divina de María, en una oración callada, afirmando desde el fondo del alma: Virgen, Madre de Dios: Aquel a quien los Cielos no pueden contener, se ha encerrado en tu seno para tomar la carne de hombre (Aleluya de la Misa de la Maternidad divina de María).
Mirad lo que nos hace recitar hoy la liturgia: bienaventuradas sean las entrañas de la Virgen María, que acogieron al Hijo del Padre eterno (Antífona ad Communionem en la Misa común de la B. M. Virgen). Una exclamación vieja y nueva, humana y divina. Es decir al Señor, como se usa en algunos sitios para ensalzar a una persona: ¡bendita sea la madre que te trajo al mundo! (Amigos de Dios 283).