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7 abril 2026

MODO DE VIVIR: Constancia en el apostolado

Constancia en el apostolado

Constancia, que nada desconcierte. -Te hace falta. Pídela al Señor y haz lo que puedas por obtenerla: porque es un gran medio para que no separes del fecundo camino que has emprendido (Camino 990).

«Aure audietis, et non intelligetis: et videntes videbitis, et no perspicietis». Palabras claras del Espíritu Santo: oyen con sus propios oídos, y no entienden; miran con sus ojos, pero no perciben.
¿Por qué te inquietas si algunos, "viendo" el apostolado y conociendo su grandeza, no se entregan? Reza tranquilo, y persevera en tu camino: si esos no se lanzan, ¡otros vendrán! (Surco 31).

Cuando te dispongas a hacer una labor de apostolado, aplícate lo que decía un hombre que buscaba a Dios: "Hoy comienzo a predicar una tanda de ejercicios para sacerdotes. ¡Ojalá saquemos mucho fruto: el primero, yo!"
-Y más tarde: "llevo varios días de ejercicios. Los ejercitantes son ciento veinte. Espero que el Señor haga buena labor en nuestras almas" (Forja 662).

Esta vez es San Marcos quien nos cuenta la curación de otro ciego. Al salir de Jericó con sus discípulos, seguido de muchísima gente, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino para pedir limosna (Mc X, 46). Oyendo aquel gran rumor de la gente, el ciego preguntó: ¿qué pasa? Le contestaron: Jesús de Nazaret. Y entonces se le encendió tanto el alma en la fe de Cristo, que gritó: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi (Mc X, 47).
¿No te entran ganas de gritar a ti, que estás también parado a la vera del camino, de ese camino de la vida, que es tan corta; a ti, que te faltan luces; a ti, que necesitas más gracias para decidirte a buscar la santidad? ¿No sientes la urgencia de clamar: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí? ¡qué hermosa jaculatoria, para que la repitas con frecuencia!
Os aconsejo que meditéis despacio los momentos que preceden al prodigio, con el fin de que conservéis bien grabada en vuestra mente una idea muy clara: ¡qué distintos son, del Corazón misericordioso de Jesús, nuestros pobres corazones! Os servirá siempre, y de modo especial a la hora de la prueba, de la tentación, y también a la hora de la respuesta generosa en los pequeños quehaceres y en las ocasiones heroicas.
Había allí muchos que reñían a Bartimeo con el intento de que callara (Mc X. 48). Como a ti, cuando has sospechado que Jesús pasaba a tu vera. Se aceleró el latir de tu pecho y comenzaste también a clamar, removido por una íntima inquietud. Y amigos, costumbres, comodidad, ambiente, todos te aconsejaron: ¡cállate, no des voces! ¿Por qué has de llamar a Jesús? ¡No le molestes!
Pero el pobre Bartimeo no les escuchaba, y aun continuaba con más fuerza: Hijo de David, ten compasión de mí. El Señor, que le oyó desde el principio, le dejó perseverar en su oración. Lo mismo que a ti. Jesús percibe la primera invocación de nuestra alma, pero espera. Quiere que nos convenzamos de que le necesitamos; quiere que le roguemos, que seamos tozudos, como aquel ciego que estaba junto al camino que salía de Jericó. Imitémosle. Aunque Dios no nos conceda enseguida lo que le pedimos, aunque muchos intenten alejarnos de la oración, no cesemos de implorarle (S. Juan Crisóstomo, In Matthaeum homiliae. 66, 1 (PG 58, 626). (Amigos de Dios 195).