Página inicio

-

Agenda

28 abril 2026

MODO DE VIVIR: El apostolado como mandato imperativo

El apostolado como mandato imperativo

El celo es una chifladura divina de apóstol, que te deseo, y tiene estos síntomas: hambre de tratar al Maestro; preocupación constante por las almas; perseverancia, que nada hace desfallecer. (Camino 934).

La atracción de tu trato amable ha de ensancharse en caridad y calidad. Si no, tu apostolado se extinguirá en cenáculos inertes y cerrados. (Surco 752).

Veo tu Cruz, Jesús mío, y gozo de tu gracia, porque el premio de tu Calvario ha sido para nosotros el Espíritu Santo... Y tu me das, cada día, amoroso -¡loco!- en la Hostia Santísima... Y me has hecho ¡hijo de Dios!, y me has dado a tu Madre.
No me basta el hacimiento de gracias: se me va el pensamiento: Señor, Señor, ¡tantas almas lejos de Ti!
Fomenta en tu vida las ansias de apostolado, para que le conozcan..., y le amen..., y ¡se sientan amados! (Forja 27).

Si meditamos con sentido espiritual ese texto de San Pablo, entenderemos que no tenemos más remedio que trabajar, al servicio de todas las almas. Otra cosa sería egoísmo. Si miramos nuestra vida con humildad, distinguiremos claramente que el Señor nos ha concedido, además de la gracia de la fe, talentos, cualidades. Ninguno de nosotros es un ejemplar repetido: Nuestro Padre nos ha creado uno a uno, repartiendo entre sus hijos un número diverso de bienes. Hemos de poner esos talentos, esas cualidades, al servicio de todos: utilizar esos dones de Dios como instrumentos para ayudar a descubrir a Cristo.
No imaginéis que es este afán como una añadidura, para bordear con una filigrana nuestra condición de cristianos. Si la levadura no fermenta, se pudre. Puede desaparecer reavivando la masa, pero puede también desaparecer porque se pierde, en un monumento a la ineficacia y al egoísmo. No prestamos un favor a Dios Nuestro Señor, cuando lo damos a conocer a los demás: por predicar el Evangelio no tengo gloria, pues estoy por necesidad obligado, por el mandato de Jesucristo; y desventurado de mi si no lo predicare (1Cor IX, 16). (Amigos de Dios 258).

Cumplimos también nosotros un mandato imperativo de Cristo, navegando en un mar revuelto por las pasiones y los errores humanos, y sintiendo a veces dentro de nosotros toda nuestra flaqueza, pero decididos firmemente a conducir a término esta barca de salvación que el Señor nos ha confiado. Se levanta quizá en ocasiones, de lo profundo del corazón, ante la fuerza del viento contrario, la voz de nuestra impotencia humana: ten misericordia de mí, oh Dios, porque me persiguen, me combaten y me hacen sufrir constantemente. Sin cesar me persiguen mis enemigos; y son muchos, en verdad, los que me combaten, El no nos deja, y siempre que ha sido necesario se ha hecho presente, con su omnipotencia amorosa, para llenar de paz y de seguridad el corazón de los suyos: Jesús les habló luego, y dijo: buen ánimo, soy yo, no tenéis que temer. Y se metió con ellos en la barca, y cesó el viento. (Cartas II. 1b).