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15 abril 2026

MODO DE VIVIR: Don de lenguas

Don de lenguas

No es suficiente que seas sabio, además de buen cristiano. -Si no corriges las maneras bruscas de tu carácter, si haces incompatibles tu celo y tu ciencia con la buena educación, no entiendo que puedas ser santo. -Y, si eres sabio, aunque lo seas, deberías estar amarrado a un pesebre, como un mulo. (Camino 350).

A veces no quieren entender: están como cegados... Pero, otras, eres tú el que no ha logrado hacerse comprender: ¡corrígete! (Surco 242).

Insisto: ruega al Señor que nos conceda a sus hijos el "don de lenguas" , el de hacernos entender por todos.
La razón por la que deseo este "don de lenguas" la puedes deducir de las páginas del Evangelio, abundantes en parábolas, en ejemplos que materializan la doctrina e ilustran lo espiritual, sin envilecer ni degradar la palabra de Dios.
Para todos -doctos y menos doctos-, es más fácil considerar y entender el mensaje divino a través de esas imágenes humanas. (Forja 895).

Toda nuestra labor tiene, por tanto, realidad y función de catequesis. Hemos de dar doctrina en todos los ambientes; y para eso necesitamos acomodarnos a la mentalidad de los que nos escuchan: don de lenguas. Don de lenguas que nos obliga a hablar con contenido: en efecto, hermanos, escribe San Pablo, ¿si yo fuese a vosotros hablando lenguas, os aprovechará si no os hablo instruyéndoos con la Revelación, o con la ciencia, o con la profecía, o con la doctrina? Luego, hay obligación de formarse: obligación. (Carta III. 28a).

Continúa San Pablo; si la lengua que habláis no es inteligible, ¿cómo se sabrá lo que decís?: no hablaréis sino al aire. El don de lenguas nos obliga a comprender a los demás. Es también el Apóstol el que adoctrina: hay en el mundo muchas diferentes lenguas, y no hay pueblo que no tenga la suya. Si yo, pues, ignoro lo que significan las palabras, seré bárbaro o extranjero para aquel a quien hable, y el que me hable será bárbaro para mí. (Carta III. 28b).

Quiere Jesús, Señor Nuestro, que proclamemos hoy en mil lenguas —y con don de lenguas, para que todos sepan aplicárselo a sus propias vidas—, en todos los rincones del mundo, ese mensaje viejo como el Evangelio, y como el Evangelio nuevo. Nos alegra en el alma —es como una prueba más, aunque no la necesitamos, de la entraña evangélica de nuestro camino —encontrar trazas de ese mismo mensaje en la predicación de los antiguos Padres de la Iglesia. (Carta III. 91b).