Página inicio

-

Agenda

18 marzo 2026

MODO DE VIVIR: El apóstol es instrumento

El apóstol es instrumento

¡Como te reías, noblemente, cuando te aconsejé que pusieras tus años mozos bajo la protección de San Rafael!: para que te lleve a un matrimonio santo, como al joven Tobías, con una mujer buena y guapa y rica -te dije, bromista.
Y luego, ¡qué pensativo te quedaste!, cuando seguí aconsejándote que te pusieras también bajo el patrocinio de aquel apóstol adolescente, Juan: por si el Señor te pedía más. (Camino 360).

Tu tarea de apóstol es grande y hermosa. Estás en el punto de confluencia de la gracia con la libertad de las almas; y asistes al momento solemnísimo de la vida de algunos hombres: su encuentro con Cristo (Surco 219).

Te entendí bien, cuando concluías: decididamente casi no llego a borrico..., al borrico que fue el trono de Jesús para entrar en Jerusalén: me quedo formando parte del montoncillo vil de trapos sucios, que desprecia el trapero más pobre.
Pero te comenté: sin embargo, el Señor te ha elegido y quiere que seas instrumento suyo. Por eso, el hecho -real- de verte tan miserable, ha de convertirse en una razón más, para agradecer a Dios su llamada (Forja 607).

He aquí, promete el Señor, que yo enviaré muchos pescadores y pescaré esos peces (Ier XVI, 16). Así nos concreta la gran labor: pescar. Se habla o se escribe a veces sobre el mundo, comparándolo a un mar. Y hay verdad en esa comparación. En la vida humana, como en el mar, existen períodos de calma y de borrasca, de tranquilidad y de vientos fuertes. Con frecuencia, las criaturas están nadando en aguas amargas, en medio de olas grandes; caminan entre tormentas, en una triste carrera, aun cuando parece que tienen alegría, aun cuando producen mucho ruido: son carcajadas que quieren encubrir su desaliento, su disgusto, su vida sin caridad y sin comprensión. Se devoran unos a otros, los hombres como los peces.
Es tarea de los hijos de Dios lograr que todos los hombres entren -en libertad- dentro de la red divina, para que se amen. Si somos cristianos, hemos de convertirnos en esos pescadores que describe el profeta Jeremías, con una metáfora que empleó también repetidamente Jesucristo: seguidme, y yo haré que vengáis a ser pescadores de hombres (Mt IV, 19), dice a Pedro y a Andrés (Amigos de Dios 259).

Nos ha elegido Dios para su Obra, nos ha escogido como instrumentos suyos, sin reunir por nuestra parte ninguna de las condiciones que convenían al fin que perseguimos: sin trato exterior, sin simpatía, sin talento, sin prestigio social ni profesional, sin ninguna virtud notable, sin posición económica. Y, aun así, cuando se nos pide una pequeñez, cuando se nos ordena cualquier cosa, torcemos el gesto y vamos como a remolque a cumplirla. Y, sin embargo, sólo obedeciendo, sólo con una docilidad absoluta podremos ser útiles en algo (Crecer para adentro. Unión y obediencia).