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17 marzo 2026

MODO DE VIVIR: Ser apóstol con naturalidad

Ser apóstol con naturalidad

Que pase inadvertida vuestra condición como pasó la de Jesús durante treinta años. (Camino 840).

Para seguir las huellas de Cristo, el apóstol de hoy no viene a reformar nada, ni mucho menos a desentenderse de la realidad histórica que le rodea... -Le basta actuar como los primeros cristianos, vivificando el ambiente (Surco 320).

Vive, como los demás que te rodean, con naturalidad, pero sobrenaturalizando cada instante de la jornada (Forja 508).

Veamos ahora aquella otra pesca, después de la Pasión y Muerte de Jesucristo. Pedro ha negado tres veces al Maestro, y ha llorado con humilde dolor; el gallo con su canto le recordó las advertencias del Señor, y pidió perdón desde el fondo de su alma. Mientras espera, contrito, en la promesa de la Resurrección, ejercita su oficio, y va a pescar. A propósito de esta pesca, se nos pregunta con frecuencia por qué Pedro y los hijos de Zebedeo volvieron a la ocupación que tenían antes de que el Señor los llamase. Eran, en efecto, pescadores cuando Jesús les dijo: seguidme, y os haré pescadores de hombres. A los que se sorprenden de esta conducta, se debe responder que no estaba prohibido a los Apóstoles ejercer su profesión, tratándose de cosa legitima y honesta (S. Agustín, In Ioannis Evangelium tractatus, 122. 2 (PL 35, 1959).
El apostolado, esa ansia que come las entrañas del cristiano corriente, no es algo diverso de la tarea de todos los días: se confunde con ese mismo trabajo, convertido en ocasión de un encuentro personal con Cristo. En esa labor, al esforzarnos codo con codo en los mismos afanes con nuestros compañeros, con nuestros amigos, con nuestros parientes, podremos ayudarles a llegar a Cristo, que nos espera en la orilla del lago. Antes de ser apóstol, pescador. Después de apóstol, pescador. La misma profesión que antes, después (Amigos de Dios 264).

El hombre piadoso, si obra con naturalidad, necesariamente se impone. En cambio, el beato sólo consigue provocar risas: sin venir a cuento, con palabras y gestos poco varoniles, pone de relieve su sensiblería o su mojigatería. Nosotros hemos de ser recios en nuestra piedad, hemos de hablar y actuar con las palabras y las acciones propias de un cristiano corriente, que no se aparta del ambiente que le rodea. No podemos segregamos del mundo: ahí estamos para luchar contra sus costumbres malas y llevarlo a Dios. Los hábitos de los demás han de ser los nuestros. Eliminemos, pues, de nuestro exterior -de nuestro lenguaje, de nuestra conducta- cualquier gesto raro, que nos haga extraños al medio en el que hemos de desenvolvernos. ¡Qué eficaz será nuestro apostolado, si obramos con naturalidad! Recuerdo una conversación con un Sr. Obispo. Después de haber leído ciertos papeles que le mostré, entendió admirablemente el espíritu de la Obra y me decía: "¡Cuánto bien han de hacer esos apóstoles, en medio del mundo, actuando con naturalidad!".
(Crecer para adentro. Las bodas de Caná).