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15 marzo 2026

MODO DE VIVIR: Ser apóstol con el ejemplo

Ser apóstol con el ejemplo

No olvides que antes de enseñar hay que hacer. "Coepit facere et docere", dice de Jesucristo el Santo Evangelio: comenzó a hacer y a enseñar.
-Primero, hacer. Para que tú y yo aprendamos (Camino 342).

No basta ser bueno: has de parecerlo. ¿Qué dirías de un rosal que no produjera más que espinas? (Surco 735).

Pensar en la Muerte de Cristo se traduce en una invitación a situarnos ante nuestro quehacer cotidiano, con absoluta sinceridad, y a tomarnos en serio la fe que profesamos.
Ha de ser una ocasión de ahondar en la hondura del Amor de Dios, para poder así -con la palabra y con las obras- mostrarlo a los hombres (Forja 575).

Pecaría de ingenuo el que se imaginase que las exigencias de la caridad cristiana se cumplen fácilmente. Muy distinto se demuestra lo que experimentamos en el quehacer habitual de la humanidad y, por desgracia, en el ámbito de la Iglesia. Si el amor no obligara a callar, cada uno contaría largamente de divisiones, de ataques, de injusticias, de murmuraciones, de insidias. Hemos de admitirlo con sencillez, para tratar de poner por nuestra parte el oportuno remedio, que ha de traducirse en un esfuerzo personal por no herir, por no maltratar, por corregir sin dejar hundido a nadie.
No son cosas de hoy. Pocos años después de la Ascensión de Cristo a los cielos, cuando aún andaban de un sitio a otro casi todos los apóstoles, y era general un fervor estupendo de fe y de esperanza, ya empezaban tantos, sin embargo, a descaminarse, a no vivir la caridad del Maestro.
Habiendo entre vosotros celos y discordias -escribe San Pablo a los de Corinto-, ¿no es claro que sois carnales y procedéis como hombres? Porque diciendo uno: yo soy de Pablo, y el otro: yo de Apolo, ¿ no estáis mostrando ser aún hombres (1 Cor III. 3-4), que no comprenden que Cristo ha venido a superar todas esas divisiones? ¿Qué es Apolo? ¿Qué es Pablo? Ministros de Aquel en quien habéis creído, y eso según lo que a cada uno ha concedido el Señor (1 Cor III, 4-5).
El Apóstol no rechaza la diversidad: cada uno tiene de Dios su propio don, quien de una manera, quien de otra (l Cor VII, 7). Pero esas diferencias han de estar al servicio del bien de la Iglesia. Yo me siento movido ahora a pedir al Señor -uníos, si queréis, a esta oración mía- que no permita que en su Iglesia la falta de amor encizañe a las almas. La caridad es la sal del apostolado de los cristianos; si pierde el sabor, ¿cómo podremos presentarnos ante el mundo y explicar, con la cabeza alta, aquí está Cristo? (Amigos de Dios 228).

Os he dicho, desde el primer día, que Dios no espera de nosotros cosas extraordinarias, singulares; y que quiere que llevemos esta bendita llamada divina por todo el mundo, y que invitéis a muchos a seguirla. Pero nuestro proselitismo hemos de hacerlo con sencillez, con el ejemplo de nuestra conducta: mostrando que muchos si no todos pueden, con la gracia de Dios, convertir en camino divino la vida ordinaria y corriente, del mismo modo que vosotros habéis sabido hacer divina vuestra vida, también corriente y ordinaria (Carta I. 1ª).

Pero habéis de atraer sobre todo con el ejemplo de la integridad de vuestras vidas, con la afirmación —humilde y audaz a un tiempo— de vivir cristianamente entre vuestros iguales, con una manera ordinaria, pero coherente; manifestando, en nuestras obras, nuestra fe: ésa será, con la ayuda de Dios, la razón de nuestra eficacia. (Carta I. 11b).