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22 febrero 2026

MODO DE VIVIR: Providencia de Dios

Providencia de Dios

Ser pequeño: las grandes audacias son siempre de los niños. -¿Quién pide... la luna? -¿Quién no repara en peligros para conseguir su deseo?
"Poned" en un niño "así", mucha gracia de Dios, el deseo de hacer su Voluntad (de Dios), mucho amor a Jesús, toda la ciencia humana que su capacidad le permita adquirir... y tendréis retratado el carácter de los apóstoles de ahora, tal como indudablemente Dios los quiere (Camino 857).

Al considerar que son muchos los que desaprovechan la gran ocasión, y dejan pasar de largo a Jesús, piensa: ¿de dónde me viene a mí esa llamada clara, tan providencial, que me mostró mi camino?
-Medítalo a diario: el apóstol ha de ser siempre otro Cristo, el mismo Cristo.
(Surco 200).

Escribía aquel amigo nuestro: «muchas veces pedí perdón al Señor por mis grandísimos pecados; le dije que le quería, besando el Crucifijo, y le di las gracias por sus providencias paternales de estos días. Me sorprendí, como hace años, diciendo -sin darme cuenta hasta después-: «Dei perfecta sunt opera» -todas las obras de Dios son perfectas. A la vez me quedó la seguridad plena, sin ningún género de duda, de que ésa es la respuesta de mi Dios a su criatura pecadora, pero amante. ¡Todo lo espero de Él! ¡¡Bendito sea!!»
Me apresuré a responderle: «el Señor siempre se comporta como un buen Padre, y nos ofrece continuas pruebas de su Amor: cifra toda tu esperanza en Él..., y sigue luchando" (Forja 387).

En la personal intimidad, en la conducta externa; en el trato con los demás, en el trabajo, cada uno ha de procurar mantenerse en continua presencia de Dios, con una conversación -un diálogo- que no se manifiesta hacia fuera. Mejor dicho, no se expresa de ordinario con ruido de palabras, pero sí se ha de notar por el empeño y por la amorosa diligencia que pondremos en acabar bien las tareas, tanto las importantes como las menudas. Si no procediéramos con ese tesón, seríamos poco consecuentes con nuestra condición de hijos de Dios, porque habríamos desperdiciado los recursos que el Señor ha colocado providencialmente a nuestro alcance, para que arribemos al estado del varón perfecto, a la medida de la edad perfecta según Cristo (Eph IV, 13).
Durante la última guerra española, viajaba yo con frecuencia para atender sacerdotalmente a tantos muchachos que se hallaban en el frente. En una trinchera, escuché un diálogo que se me quedó muy grabado. Cerca de Teruel, un soldado joven comentaba de otro, por lo visto un poco indeciso, pusilánime: ¡ése no es un hombre de una pieza! Me causaría una tristeza enorme que de cualquiera de nosotros se pudiera afirmar, con fundamento, que somos inconsecuentes; hombres que aseguran que quieren ser auténticamente cristianos, santos, pero que desprecian los medios, ya que en el cumplimiento de sus obligaciones no manifiestan continuamente a Dios su cariño y su amor filial. Si así se dibujara nuestra actuación, tampoco seríamos, ni tú ni yo, cristianos de una pieza (Amigos de Dios 19).