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Crucifijo
Cuando veas una pobre Cruz de palo, sola, despreciable y sin valor... y sin Crucifijo, no olvides que esa Cruz es tu Cruz: la de cada día, la escondida, sin brillo y sin consuelo..., que está esperando el Crucifijo que le falta: y ese Crucifijo has de ser tú. (Camino 178).
Vi rubor en el rostro de aquel hombre sencillo, y casi lágrimas en sus ojos: prestaba generosamente su colaboración en buenas obras, con el dinero honrado que él mismo ganaba, y supo que "los buenos" motejaban de bastardas sus acciones.
Con ingenuidad de neófito en estas peleas de Dios, musitaba: "¡ven que me sacrifico... y aún me sacrifican!"
-Le hablé despacio: besó mi Crucifijo, y su natural indignación se trocó en paz y gozo. (Surco 28).
Dios mío: ¿cómo puede ser que vea un Crucifijo, y no clame de dolor y de amor? (Forja 29).
¡Qué transparente resulta la enseñanza de Cristo! Como de costumbre, abramos el Nuevo Testamento, en esta ocasión por el capítulo XI de San Mateo: aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt XI. 29). ¿Te fijas? Hemos de aprender de El, de Jesús, nuestro único modelo. Si quieres ir adelante previniendo tropiezos y extravíos, no tienes más que andar por donde El anduvo, apoyar tus plantas sobre la impronta de sus pisadas, adentrarte en su Corazón humilde y paciente, beber del manantial de sus mandatos y afectos; en una palabra, has de identificarte con Jesucristo, has de procurar convertirte de verdad en otro Cristo entre tus hermanos los hombres.
Para que nadie se llame a engaño, vamos a leer otra cita de San Mateo. En el capítulo XVI, el Señor precisa aún más su doctrina: si alguno quiere venir en pos de Mi, niéguese a si mismo, tome su cruz y sígame (Mt XVI. 24). El camino de Dios es de renuncia, de mortificación, de entrega, pero no de tristeza o de apocamiento.
Repasa el ejemplo de Cristo, desde la cuna de Belén hasta el trono del Calvario. Considera su abnegación, sus privaciones: hambre, sed, fatiga, calor, sueno, malos tratos, incomprensiones, lágrimas... (Cfr. Mt IV, 1-11 ; Mt VIII, 20; Mt VIII, 24; Mt XII, 1; Mt XXI, 18-19; Lc 11, 6-7; Lc, IV, 16-30; Lc XI, 53-54; Ioh IV, 6; Ioh XI, 33.35; etc.); y su alegría de salvar a la humanidad entera. Me gustaría que ahora grabaras hondamente en tu cabeza y en tu corazón -para que lo medites muchas veces, y lo traduzcas en consecuencias prácticas- aquel resumen de San Pablo, cuando invitaba a los de Efeso a seguir sin titubeos los pasos del Señor: sed imitadores de Dios, ya que sois sus hijos muy queridos, y proceded con amor, a ejemplo de lo que Cristo nos amó y se ofreció a si mismo a Dios en oblación y hostia de olor suavísimo (Eph V,1-2). (Amigos de Dios 128).