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8 octubre 2026

MODO DE VIVIR: Guarda del corazón

Guarda del corazón

Parece como si tu Ángel te dijera: ¡tienes tu corazón lleno de tanta afección humana!... -Y luego: ¿eso quieres que custodie tu Custodio? (Camino 150).

Alguno ha comparado el corazón a un molino, que se mueve por el viento del amor, de pasión...
Efectivamente, ese "molino" puede moler trigo, cebada, estiércol... -¡Depende de nosotros! (Surco 811).

La guarda del corazón. -Así rezaba aquel sacerdote: «Jesús, que mi pobre corazón sea huerto sellado; que mi pobre corazón sea un paraíso, donde vivas Tú; que el Ángel de mi Guarda lo custodie, con espada de fuego, con la que purifique todos los afectos antes de que entren en mí; Jesús, con el divino sello de tu Cruz, sella mi pobre corazón».
(Forja 412).

Templanza es señorío. No todo lo que experimentamos en el cuerpo y en el alma ha de resolverse a rienda suelta. No todo lo que se puede hacer se debe hacer. Resulta más cómodo dejarse arrastrar por los impulsos que llaman naturales; pero al final de ese camino se encuentra la tristeza, el aislamiento en la propia miseria.
Algunos no desean negar nada al estómago, a los ojos, a las manos; se niegan a escuchar a quien aconseje vivir una vida limpia. La facultad de engendrar -que es una realidad noble, participación en el poder creador de Dios- la utilizan desordenadamente, como un instrumento al servicio del egoísmo.
Pero no me ha gustado nunca hablar de impureza. Yo quiero considerar los frutos de la templanza, quiero ver al hombre verdaderamente hombre, que no está atado a las cosas que brillan sin valor, como las baratijas que recoge la urraca. Ese hombre sabe prescindir de lo que produce daño a su alma, y se da cuenta de que el sacrificio es sólo aparente: porque al vivir así -con sacrificio- se libra de muchas esclavitudes y logra, en lo íntimo de su corazón, saborear todo el amor de Dios.
La vida recobra entonces los matices que la destemplanza difumina; se- está en condiciones de preocuparse de los demás, de compartir lo propio con todos, de dedicarse a tareas grandes. La templanza cría al alma sobria, modesta, comprensiva; le facilita un natural recato que es siempre atractivo, porque se nota en la conducta el señorío de la inteligencia. La templanza no supone limitación, sino grandeza. Hay mucha más privación en la destemplanza, en la que el corazón abdica de sí mismo, para servir al primero que le presente el pobre sonido de unos cencerros de lata. (Amigos de Dios 84).