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7 octubre 2026

MODO DE VIVIR: Exigencias

Exigencias

Distraerte. -¡Necesitas distraerte!..., abriendo mucho tus ojos para que entren bien las imágenes de las cosas, o cerrándolos casi, por exigencias de tu miopía...
¡Ciérralos del todo!: ten vida interior, y verás, con color y relieve insospechados, las maravillas de un mundo mejor, de un mundo nuevo: y tratarás... a Dios..., y conocerás tu miseria..., y te endiosarás... con un endiosamiento que, al acercarte a tu Padre, te hará más hermano de tus hermanos los hombres. (Camino 283).

Quizá a ti también te aproveche aquella industria sobrenatural -delicadeza de voluntario amor- que se repetía un alma muy de Dios, ante las distintas exigencias: "ya es hora de que te decidas, de verdad, a hacer algo que merezca la pena". (Surco 775).

¡Agradece a Jesús la seguridad que te da! Porque no es tozudez: es luz de Dios, que te hace encontrarte firme, como sobre roca, cuando otros, a quienes toca hacer un triste papel -siendo tan buenos-, parecen hundirse en la arena..., faltos del fundamento de la fe.
Pide al Señor que las exigencias de la virtud de la fe se cumplan en tu vida y en la de todos. (Forja 602).

El principal apostolado que los cristianos hemos de realizar en el mundo, el mejor testimonio de fe, es contribuir a que dentro de la Iglesia se respire el clima de la auténtica caridad. Cuando no nos amamos de verdad, cuando hay ataques, calumnias y rencillas, ¿quién se sentirá atraído por los que sostienen que predican la Buena Nueva del Evangelio?
Resulta muy fácil, muy a la moda, afirmar con la boca que se ama a todas las criaturas, creyentes y no creyentes. Pero si el que habla así maltrata a los hermanos en la fe, dudo de que en su conducta exista algo distinto de una palabrería hipócrita. En cambio, cuando amamos en el Corazón de Cristo a los que somos hijos de un mismo Padre, estamos asociados en una misma fe y somos herederos de una misma esperanza (Minucio Félix, Octavius, 31 (PL 3, 338), nuestra alma se engrandece y arde con el afán de que todos se acerquen a Nuestro Señor.
Os estoy recordando las exigencias de la caridad, y quizá alguno habrá opinado que falta precisamente esa virtud en las palabras que acabo de pronunciar. Nada más opuesto a la realidad. Puedo aseguraros que, con un santo orgullo y sin falsos ecumenismos, me llené de gozo cuando en el pasado Concilio Vaticano II tomaba cuerpo con renovada intensidad esa preocupación por llevar la Verdad a los que andan apartados del único Camino, del de Jesús, pues me consume el hambre de que se salve la humanidad entera. (Amigos de Dios 226).