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5 octubre 2026

MODO DE VIVIR: Desprendimiento

Desprendimiento

Despréndete de las criaturas hasta que quedes desnudo de ellas. Porque -dice el Papa San Gregorio- el demonio nada tiene propio en este mundo, y desnudo acude a la contienda. Si vas vestido a luchar con él, pronto caerás en tierra: porque tendrá de donde cogerte. (Camino 149).

Muchos se sienten desgraciados, precisamente por tener demasiado de todo. -Los cristianos, si verdaderamente se conducen como hijos de Dios, pasarán incomodidad, calor, fatiga, frío... Pero no les faltará jamás la alegría, porque eso -¡todo! lo dispone o lo permite Él, que es la fuente de la verdadera felicidad. (Surco 82).

Amo tu Voluntad. Amo la santa pobreza, gran señora mía.
-Y abomino, para siempre, de todo lo que suponga, ni de lejos, falta de adhesión a tu justísima, amabilísima y paternal Voluntad. (Forja 808).

Entrando en la casa, vieron al Niño con María, su Madre, y, arrodillados, le adoraron. Y abriendo sus tesoros le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. Detengámonos un poco para entender este pasaje del Santo Evangelio. ¿Cómo es posible que nosotros, que nada somos y nada valemos, hagamos ofrendas a Dios? Dice la Escritura: toda dádiva y todo don perfecto de arriba viene. El hombre no acierta ni siquiera a descubrir enteramente la profundidad y la belleza de los regalos del Señor: ¡Si tú conocieras el don de Dios!, responde Jesús a la mujer samaritana. Jesucristo nos ha enseñado a esperarlo todo del Padre, a buscar, antes que nada, el reino de Dios y su justicia, porque todo lo demás se nos dará por añadidura, y bien sabe El qué es lo que necesitamos.
En la economía de la salvación, Nuestro Padre cuida de cada alma con delicadeza amorosa: cada uno ha recibido de Dios su propio don, quien de una manera, quien de otra. Parecería inútil, por tanto, afanarse por presentar al Señor algo de lo que El tuviera necesidad; desde nuestra situación de deudores que no tienen con qué pagar, nuestro dones se asemejarían a los de la Antigua Ley, que Dios ya no acepta: Tú no has querido, ni han sido de tu agrado, los sacrificios, las ofrendas y los holocaustos por el pecado, cosas todas que ofrecen según la Ley.
Pero el Señor sabe que dar es propio de enamorados, y El mismo nos señala lo que desea de nosotros. No le importan las riquezas, ni los frutos ni los animales de la tierra, del mar o del aire, porque todo eso es suyo; quiere algo íntimo, que hemos de entregarle con libertad: dame, hijo mío, tu corazón. ¿Veis? No se satisface compartiendo: lo quiere todo. No anda buscando cosas nuestras, repito: nos quiere a nosotros mismos. De ahí, y sólo de ahí, arrancan todos los otros presentes que podemos ofrecer al Señor.
Démosle, por tanto, oro: el oro fino del espíritu de desprendimiento del dinero y de los medios materiales. No olvidemos que son cosas buenas, que vienen de Dios. Pero el Señor ha dispuesto que los utilicemos, sin dejar en ellos el corazón, haciéndolos rendir en provecho de la humanidad.
Los bienes de la tierra no son malos; se pervierten cuando el hombre los erige en ídolos y, ante esos ídolos, se postra; se ennoblecen cuando los convertimos en instrumentos para el bien, en una tarea cristiana de justicia y de caridad. No podemos ir detrás de los bienes económicos, como quien va en busca de un tesoro; nuestro tesoro está aquí, reclinado en un pesebre; es Cristo y en El se han de centrar todos nuestros amores, porque donde está nuestro tesoro allí estará también nuestro corazón.
(Es Cristo que pasa 35).