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Tener corazón
Que tu vida no sea una vida estéril. Sé útil. -Deja poso. -Ilumina con la luminaria de tu fe y de tu amor.
Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. -Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón. (Camino 1).
"¿Contento?" -Me dejó pensativo la pregunta.
-No se han inventado todavía las palabras, para expresar todo lo que se siente -en el corazón y en la voluntad- al saberse hijo de Dios. (Surco 61).
-¡Dios es mi Padre! -Si lo meditas, no saldrás de esta consoladora consideración.
-¡Jesús es mi Amigo entrañable! (otro Mediterráneo), que me quiere con toda la divina locura de su Corazón.
-¡El Espíritu Santo es mi consolador!, que me guía en el andar de todo mi camino.
Piénsalo bien. -Tú eres de Dios..., y Dios es tuyo. (Forja 2)
Mezclado entre la multitud, uno de aquellos peritos que no acertaban ya a discernir las enseñanzas reveladas a Moisés, enmarañadas por ellos mismos con una estéril casuística, ha hecho una pregunta al Señor. Abre Jesús sus labios divinos para responder a ese doctor de la Ley y le contesta pausadamente, con la segura persuasión del que lo tiene bien experimentado: amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el máximo y primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos está cifrada toda la Ley y los profetas (Mt XXII, 37-40).
Fijaos ahora en el Maestro reunido con sus discípulos, en la intimidad del Cenáculo. Al acercarse el momento de su Pasión, el Corazón de Cristo, rodeado por los que El ama, estalla en llamaradas inefables: un nuevo mandamiento os doy, les confía: que os améis unos a otros, como yo os he amado a vosotros, y que del modo que yo os he amado así también os améis recíprocamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros (Ioh XIII. 34-35).
Para acercarse al Señor a través de las páginas del Santo Evangelio, recorriendo siempre que os esforcéis por meteros de tal modo en la escena, que participéis como un personaje más. Así -sé de tantas almas normales y corrientes que lo viven-, os ensimismaréis como María, pendiente de las palabras de Jesús o, como Marta, os atreveréis a manifestarle sinceramente vuestras inquietudes, hasta las más pequeñas (Lc X, 39-40). (Amigos de Dios 222).