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Sabiduría del corazón
No quieres sujetarte a la Voluntad de Dios... y te acomodas, en cambio, a la voluntad de cualquier criaturilla. (Camino 156).
Has visto muy clara tu vocación -querer a Dios-, pero sólo con la cabeza. Me aseguras que has metido el corazón en el camino..., pero a veces te distraes, e incluso intentas volver la mirada atrás: señal de que no lo has metido del todo. -¡Afina!
(Surco 815).
Al acercarse más la criatura a Dios, más universal se siente: se agranda el corazón, para que quepan todos y todo, en el único gran deseo de poner el universo a los pies de Jesús. (Forja 877).
Esta sabiduría de corazón, esta prudencia no se convertirá nunca en la prudencia de la carne a la que se refiere San Pablo (Cfr. Rom VIII, 6): la de aquellos que tienen inteligencia, pero procuran no utilizarla para descubrir y amar al Señor. La verdadera prudencia es la que permanece atenta a las insinuaciones de Dios y, en esa vigilante escucha, recibe en el alma promesas y realidades de salvación: Yo te glorifico, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has tenido encubiertas estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeñuelos (Mt XI, 25).
Sabiduría de corazón que orienta y rige otras muchas virtudes. Por la prudencia el hombre es audaz, sin insensatez; no excusa, por ocultas razones de comodidad, el esfuerzo necesario para vivir plenamente según los designios de Dios. La templanza del prudente no es insensibilidad ni misantropía; su justicia no es dureza; su paciencia no es servilismo. (Amigos de Dios 87).