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18 enero 2026

MODO DE VIVIR: Amistad en el apostolado

Ese espíritu crítico -te concedo que no es susurración- no debes ejercitarlo con vuestro apostolado, ni con tus hermanos. -Ese espíritu crítico, para vuestra empresa sobrenatural-¿me perdonas que te lo diga?-es un gran estorbo, porque mientras examinas la labor de los otros, sin que tengas que examinar nada-con absoluta elevación de miras: te lo concedo-, tú no haces obra positiva alguna y enmoheces, con tu ejemplo de pasividad, la buena marcha de todos (Camino 53).
"Entonces -preguntas, inquieto- ¿ese espíritu crítico, que es como sustancia de mi carácter...?" Mira -te tranquilizaré-, toma una pluma y una cuartilla: escribe sencilla y confiadamente -¡ah!, y brevemente- los motivos que te torturan, entrega la nota al superior, y no pienses más en ella. El que hace cabeza -tiene gracia de estado-, archivará la nota... o la echará en el cesto de los papeles. -Para ti, como tu espíritu crítico no es susurración y lo ejercitas con elevadas miras, es lo mismo.

Cuando te hablo de "apostolado de amistad", me refiero a amistad "personal", sacrificada, sincera: de tú a tú, de corazón a corazón (Surco 191).

En un cristiano, en un hijo de Dios, amistad y caridad forman una sola cosa: luz divina que da calor (Forja 565).

Possumus! (Mt XX, 22), podemos vencer también esta batalla, con la ayuda del Señor. Persuadíos de que no resulta difícil convertir el trabajo en un diálogo de oración. Nada más ofrecérselo y poner manos a la obra, Dios ya escucha, ya alienta. ¡Alcanzamos el estilo de las almas contemplativas, en medio de la labor cotidiana! Porque nos invade la certeza de que El nos mira, de paso que nos pide un vencimiento nuevo: ese pequeño sacrificio, esa sonrisa ante la persona inoportuna, ese comenzar por el quehacer menos agradable pero más urgente, ese cuidar los detalles de orden, con perseverancia en el cumplimiento del deber cuando tan fácil sería abandonarlo, ese no dejar para mañana lo que hemos de terminar hoy: ¡todo por darle gusto a El, a Nuestro Padre Dios! Y quizá sobre tu mesa, o en un lugar discreto que no llame la atención, pero que a ti te sirva como despertador del espíritu contemplativo, colocas el crucifijo, que ya es para tu alma y para tu mente el manual donde aprendes las lecciones de servicio.
Si te decides -sin rarezas, sin abandonar el mundo, en medio de tus ocupaciones habituales- a entrar por estos caminos de contemplación, enseguida te sentirás amigo del Maestro, con el divino encargo de abrir los senderos divinos de la tierra a la humanidad entera. Sí, con esa labor tuya contribuirás a que se extienda el reinado de Cristo en todos los continentes. Y se sucederán, una tras otra, las horas de trabajo ofrecidas por las lejanas naciones que nacen a la fe, por los pueblos de oriente impedidos bárbaramente de profesar con libertad sus creencias, por los países de antigua tradición cristiana donde parece que se ha oscurecido la luz del Evangelio y las almas se debaten en las sombras de la ignorancia... Entonces, ¡qué valor adquiere esa hora de trabajo!, ese continuar con el mismo empeño un rato más, unos minutos más, hasta rematar la tarea. Conviertes, de un modo práctico y sencillo, la contemplación en apostolado, como una necesidad imperiosa del corazón, que late al unísono con el dulcísimo y misericordioso Corazón de Jesús, Señor Nuestro (Amigos de Dios 67).