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4 agosto 2026

MODO DE VIVIR: Siembra de caridad en el mundo

Siembra de caridad en el mundo

Tu caridad es... presuntuosa. -Desde lejos, atraes: tienes luz. De cerca, repeles: te falta calor. -¡Qué lástima! (Camino 459).

Esta situación te quema: ¡se te ha acercado Cristo, cuando no eras más que un miserable leproso! Hasta entonces, sólo cultivabas una cualidad buena: un generoso interés por los demás. Después de ese encuentro, alcanzaste la gracia de ver a Jesús en ellos, te enamoraste de Él y ahora le amas en ellos..., y te parece muy poco -¡tienes razón!- el altruismo que antes te empujaba a prestar unos servicios al prójimo. (Surco 829).

Jesús Señor Nuestro amó tanto a los hombres, que se encarnó, tomó nuestra naturaleza y vivió en contacto diario con pobres y ricos, con justos y pecadores, con jóvenes y viejos, con gentiles y judíos.
Dialogó constante con todos: con los que le querían bien, y con los que sólo buscaban el modo de retorcer sus palabras, para condenarle.
-Procura tú comportarte como el Señor. (Forja 558).

Al leer la Epístola de hoy, veía a Daniel metido entre aquellos leones hambrientos, y, sin pesimismo -no puedo decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque todos los tiempos han sido buenos y malos-, consideraba que también en los momentos actuales andan muchos leones sueltos, y nosotros hemos de vivir en este ambiente. Leones que buscan a quien devorar: tanquam leo rugiens circuit quaeren quem devoret (1Pet v, 8).
¿Cómo evitaremos esas fieras? Quizá no nos ocurra como a Daniel. Yo no soy milagrero, pero amo esa grandiosidad de Dios, y entiendo que le hubiera sido más fácil aplacar el hambre del profeta, o ponerle delante un alimento; y no lo hizo. Dispuso, en cambio, que desde Judea se trasladara milagrosamente otro profeta, Habacuc, a llevarle la comida. No le importó obrar un prodigio grande, porque Daniel no se hallaba en aquel pozo porque sí, sino por una injusticia de los secuaces del diablo, por ser servidor de Dios y destructor de ídolos.
Nosotros, sin portentos espectaculares, con normalidad de ordinaria vida cristiana, con una siembra de paz y de alegría, hemos de destruir también muchos ídolos: el de la incomprensión, el de la injusticia, el de la ignorancia, el de la pretendida suficiencia humana que vuelve arrogante la espalda a Dios.
No os asustéis, ni temáis ningún daño, aunque las circunstancias en que trabajéis sean tremendas, peores que las de Daniel en la fosa con aquellos animales voraces. Las manos de Dios son igualmente poderosas y, si fuera necesario, harían maravillas. ¡Fieles! Con una fidelidad amorosa, consciente, alegre, a la doctrina de Cristo, persuadidos de que los años de ahora no son peores que los de otros siglos, y de que el Señor es el de siempre.
Conocí a un anciano sacerdote, que afirmaba -sonriente- de sí mismo: yo estoy siempre tranquilo, tranquilo. Y así hemos de encontrarnos siempre nosotros, metidos en el mundo, rodeados de leones hambrientos, pero sin perder la paz: tranquilos. Con amor, con fe, con esperanza, sin olvidar jamás que, si conviene, el Señor multiplicará los milagros. (Amigos de Dios 105).