-
Calumnias, murmuraciones
La murmuración es roña que ensucia y entorpece el apostolado. -Va contra la caridad, resta fuerzas, quita la paz, y hace perder la unión con Dios. (Camino 445).
A veces, algunos piensan que la calumnia no tiene mala intención: es la hipótesis -dicen- con que la ignorancia explica lo que desconoce o no comprende, para darse tono de enterada.
Pero es doblemente mala: por ignorante y por mentirosa. (Surco 544).
La crítica, cuando tengas que hacerla, debe ser positiva, con espíritu de colaboración, constructiva, y nunca a escondidas del interesado.
-Si no, es una traición, una murmuración, una difamación, quizá una calumnia... y, siempre, una falta de hombría de bien. (Forja 458).
Señor, ¿por qué llamas nuevo a este mandamiento? Como acabamos de escuchar, el amor al prójimo estaba prescrito en el Antiguo Testamento, y recordaréis también que Jesús, apenas comienza su vida pública, amplía esa exigencia, con divina generosidad: habéis oído que fue dicho: amarás a tu prójimo y tendrás odio a tu enemigo. Yo os pido más: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y orad por los que os persiguen y calumnian (Mt V, 43-44).
Señor, permítenos insistir: ¿por qué continúas llamando nuevo a este precepto? Aquella noche, pocas horas antes de inmolarte en la Cruz, durante esa conversación entrañable con los que -a pesar de sus personales flaquezas y miserias, como las nuestras- te han acompañado hasta Jerusalén, Tú nos revelaste la medida insospechada de la caridad: como yo os he amado. ¡Cómo no habían de entenderte los Apóstoles, si habían sido testigos de tu amor insondable!
El anuncio y el ejemplo del Maestro resultan claros, precisos. Ha subrayado con obras su doctrina. Y, sin embargo, muchas veces he pensado que, después de veinte siglos, todavía sigue siendo un mandato nuevo, porque muy pocos hombres se han preocupado de practicarlo; el resto, la mayoría, ha preferido y prefiere no enterarse. Con un egoísmo exacerbado, concluyen: para qué más complicaciones, me basta y me sobra con lo mío.
No cabe semejante postura entre los cristianos. Si profesamos esa misma fe, si de verdad ambicionamos pisar en las nítidas huellas que han dejado en la tierra las pisadas de Cristo, no hemos de conformarnos con evitar a los demás los males que no deseamos para nosotros mismos. Esto es mucho, pero es muy poco, cuando comprendemos que la medida de nuestro amor viene definida por el comportamiento de Jesús. Además, El no nos propone esa norma de conducta como una meta lejana, como la coronación de toda una vida de lucha. Es -debe ser- insisto, para que lo traduzcas en propósitos concretos- el punto de partida- porque Nuestro Señor lo antepone como signo previo: en esto conocerán que sois mis discípulos. (Amigos de Dios 223).