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Formamos el carácter
Chocas con el carácter de aquél o del otro... Necesariamente ha de ser así: no eres moneda de cinco duros que a todos gusta.
Además, sin esos choques que se producen al tratar al prójimo, ¿cómo irías perdiendo las puntas, aristas y salientes -imperfecciones, defectos- de tu genio para adquirir la forma reglada, bruñida y reciamente suave de la caridad, de la perfección?
Si tu carácter y los caracteres de quienes contigo conviven fueran dulzones y tiernos como merengues, no te santificarías. (Camino 20).
Para ir adelante, en la vida interior y en el apostolado, no es la devoción sensible lo necesario; sino la disposición decidida y generosa, de la voluntad, a los requerimientos divinos. (Surco 769).
Así discurría tu oración: «me pesan mis miserias, pero no me agobian porque soy hijo de Dios. Expiar. Amar... Y -añadías- deseo servirme de mi debilidad, como San Pablo, persuadido de que el Señor no abandona a los que en Él confían».
-Sigue así, te confirmé, porque -con la gracia de Dios- podrás, y superarás tus miserias y tus pequeñeces. (Forja 294).
Fuertes y pacientes: serenos. Pero no con la serenidad del que compra la propia tranquilidad a costa de desinteresarse de sus hermanos o de la gran tarea, que a todos corresponde, de difundir sin tasa el bien por el mundo entero. Serenos porque siempre hay perdón, porque todo encuentra remedio, menos la muerte y, para los hijos de Dios, la muerte es vida. Serenos, aunque sólo fuese para poder actuar con inteligencia: quien conserva la calma está en condiciones de pensar, de estudiar los pros y los contras, de examinar juiciosamente los resultados de las acciones previstas. Y después, sosegadamente, interviene con decisión. (Amigos de Dios 79).
Es comprensible que, durante estos meses de trastorno, toda organización de carácter apostólico cuyos miembros se hayan visto precisados por las circunstancias a dispersarse y a esconderse, haya visto relajadas algunas de sus normas fundamentales. Yo considero ahora exclusivamente cuánto ha sufrido un punto necesario en cualquier entidad, más necesario en una organización religiosa; y en nosotros -que no somos religiosos- no sólo necesario, sino muy necesario: la obediencia.
(Crecer para adentro. Obediencia en la vida ordinaria).