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Reciedumbre
Acostúmbrate a decir que no. (Camino 5).
Deber de cada cristiano es llevar la paz y la felicidad por los distintos ambientes de la tierra, en una cruzada de reciedumbre y de alegría, que remueva hasta los corazones mustios y podridos, y los levante hacia Él. (Surco 92).
Sé sencillo y piadoso como un niño, y recio y fuerte como un caudillo. (Forja 101).
Vamos a considerar algunas de estas virtudes humanas. Mientras yo hable, vosotros, por vuestra cuenta, mantened el diálogo con Nuestro Señor: rogadle que nos ayude a todos, que nos anime a profundizar hoy en el misterio de su Encarnación, para que también nosotros, en nuestra carne, sepamos ser entre los hombres testimonio vivo del que ha venido para salvarnos.
El camino del cristiano, el de cualquier hombre, no es fácil. Ciertamente, en determinadas épocas, parece que todo se cumple según nuestras previsiones; pero esto habitualmente dura poco. Vivir es enfrentarse con dificultades, sentir en el corazón alegrías y sinsabores; y en esta fragua el hombre puede adquirir fortaleza, paciencia, magnanimidad, serenidad.
Es fuerte el que persevera en el cumplimiento de lo que entiende que debe hacer, según su conciencia; el que no mide el valor de una tarea exclusivamente por los beneficios que recibe, sino por el servicio que presta a los demás. El fuerte, a veces, sufre, pero resiste; llora quizá, pero se bebe sus lágrimas. Cuando la contradicción arrecia, no se dobla. Recordad el ejemplo que nos narra el libro de los Macabeos: aquel anciano, Eleazar, que prefiere morir antes que quebrantar la ley de Dios. Animosamente entregaré la vida y me mostraré digno de mi vejez, dejando a los jóvenes un ejemplo noble, para morir valiente y generosamente por nuestras venerables y santas leyes (2 Mac VI, 27-28). (Amigos de Dios 77).
Sí, hijos, todos unidos siempre, en verdadera unión de caridad. Yo no soy un eslabón desprendido, un verso suelto. Por la misericordia de Dios, soy el primer eslabón, y vosotros sois también primeros eslabones de una cadena que se continuará por los siglos sin fin. Yo no estoy solo; hay ahora almas -y llegarán muchas más en el futuro- dispuestas a sufrir conmigo, a pensar conmigo, a participar conmigo de la vida que Dios ha depositado en este cuerpo de la Obra, que está apenas nacido. Yo tengo el deber de pedir por ellos, pensando en vosotros y en todos los que os seguirán; tengo que pedir perseverancia firme, y fe, y reciedumbre de alma, y entendimiento del espíritu de la Obra. Hoy, concretamente, ruego con todos vosotros al Señor que -si es su Voluntad- nos facilite una solución pronta y eficaz al problema de nuestra evacuación de este sitio.
(Crecer para adentro. Rezar todos unidos).