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1 junio 2026

MODO DE VIVIR: Audacia y valentía

Audacia y valentía

Te empeñas en ser mundano, frívolo y atolondrado porque eres cobarde. ¿Qué es, sino cobardía, ese no querer enfrentarte contigo mismo? (Camino 18).

La Virgen Santa María, Maestra de entrega sin límites. -¿Te acuerdas?: con alabanza dirigida a Ella, afirma Jesucristo: "¡el que cumple la Voluntad de mi Padre, ése -ésa- es mi madre!..."
Pídele a esta Madre buena que en tu alma cobre fuerza -fuerza de amor y de liberación- su respuesta de generosidad ejemplar: «ecce ancilla Domini!» -he aquí la esclava del Señor. (Surco 33).

El Señor te ha hecho ver claro tu camino de cristiano en medio del mundo. Sin embargo, me aseguras que muchas veces has considerado, con envidia -me has dicho que en el fondo era comodidad-, la felicidad de ser un desconocido, trabajando, ignorado por todos, en el último rincón... ¡Dios y tú!
-Ahora, aparte de la idea de misionar en el Japón, viene a tu cabeza el pensamiento de esa vida oculta y sufrida... Pero si, al quedar libre de otras santas obligaciones naturales, trataras de «esconderte», sin ser ésa tu vocación, en una institución religiosa cualquiera, no serías feliz. -Te faltaría la paz; porque habrías hecho tu voluntad, no la de Dios.
-Tu «vocación», entonces, tendría otro nombre: defección, producto no de divina inspiración, sino de puro miedo humano a la lucha que se avecina. Y eso... ¡no! (Forja 88).

En cierta ocasión, oí comentar a un desaprensivo que la experiencia de los tropiezos sirve para volver a caer, en el mismo error, cien veces. Yo os digo, en cambio, que una persona prudente aprovecha esos reveses para escarmentar, para aprender a obrar el bien, para renovarse en la decisión de ser más santo. De la experiencia de vuestros fracasos y triunfos en el servicio de Dios, sacad siempre, con el crecimiento del amor, una ilusión más firme de proseguir en el cumplimiento de vuestros deberes y derechos de ciudadanos cristianos, cueste lo que cueste: sin
cobardías, sin rehuir ni el honor ni la responsabilidad, sin asustarnos ante las reacciones que se alcen a nuestro alrededor -quizá provenientes de falsos hermanos-, cuando noble y lealiT1ente tratamos de buscar la gloria de Dios y el bien de los demás.
Luego hemos de ser prudentes. ¿Para qué? Para ser justos, para vivir la caridad, para servir eficazmente a Dios y a todas las almas. Con gran razón a la prudencia se le ha llamado genitrix virtutum (S. Tomás de Aquino, In III Sententiarum, dist. 33, q. 2, a. 5), madre de las virtudes, y también auriga virtutum (S. Bernardo, Sermones in Cantica Canticorum. 49, 5 (PL 183, I0I8), conductora de todos los hábitos buenos. (Amigos de Dios 164).