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25 mayo 2026

MODO DE VIVIR: Conversión

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La conversión es cosa de un instante, -La santificación es obra de toda la vida. (Camino 285).

Te aconsejo que intentes alguna vez volver... al comienzo de tu "primera conversión", cosa que, si no es hacerse como niños, se le parece mucho: en la vida espiritual, hay que dejarse llevar con entera confianza, sin miedos ni dobleces; hay que hablar con absoluta claridad de lo que se tiene en la cabeza y en el alma. (Surco 145).

Dios mío, ¿cuándo me voy a convertir? (Forja 112).

¿No os habéis fijado en las familias, cuando conservan una pieza decorativa de valor y frágil -un jarrón, por ejemplo-, cómo lo cuidan para que no se rompa? Hasta que un día el niño, jugando, lo tira al suelo, y aquel recuerdo precioso se quiebra en varios pedazos. El disgusto es grande, pero enseguida viene el arreglo; se recompone, se pega cuidadosamente y, restaurado, al final queda tan hermoso como antes.
Pero, cuando el objeto es de loza o simplemente de barro cocido, de ordinario bastan unas lañas, esos alambres de hierro o de otro metal, que mantienen unidos los trozos. Y el cacharro, así reparado, adquiere un original encanto.
Llevemos esto a la vida interior. Ante nuestras miserias y nuestros pecados, ante nuestros errores -aunque, por la gracia divina, sean de poca monta-, vayamos a la oración y digamos a nuestro Padre: ¡Señor, en mi pobreza, en mi fragilidad, en este barro mío de vasija rota, Señor, colócame unas lañas y -con mi dolor y con tu perdón- seré más fuerte y más gracioso que antes! Una oración consoladora, para que la repitamos cuando se destroce este pobre barro nuestro.
Que no nos llame la atención si somos deleznables, que no nos choque comprobar que nuestra conducta se quebranta por menos de nada; confiad en el Señor, que siempre tiene preparado el auxilio: el Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? (Ps XXVI. 1 (Introito de la Misa). A nadie: tratando de este modo a nuestro Padre del Cielo, no admitamos miedo de nadie ni de nada. (Amigos de Dios 95).
San Josemaría se sentía movido a pedir perdón al Señor en primer lugar por sí mismo «por nuestra flojedad personal», dice—, ya que se sabía pecador y necesitado de la misericordia de Dios. Denunciará con fuerza los abusos que conoce en esos años, pero no se sentía un “justo” que señala con el dedo a los “pecadores”. Al contrario, pensaba que esa situación debía llevar a un mayor esfuerzo personal por amar a Dios con obras, por reforzar, en definitiva, la Comunión de los santos que sostiene a todos los cristianos.
Este es el sentido de la conversión que predica. El «compromiso de amor» que comporta la vocación al Opus Dei llama a una responsabilidad más plena en esos momentos: a luchar por ser santos, sonriendo, sin esperar aplausos o parabienes, procurando aumentar la intimidad con Cristo y la identificación con su sacrificio en la Cruz. «Nuestro quehacer sobrenatural es amar de verdad a Dios», dice. Pide lealtad, fidelidad, a esa obligación amorosa: no traicionar al Señor, cuando tantos le dan la espalda. Anima a dejarse ayudar, cuando la fidelidad cuesta, acudiendo a los medios espirituales que la Obra proporciona. (En diálogo con el Señor).