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22 mayo 2026

MODO DE VIVIR: Arrepentimiento

Arrepentimiento

Dolor de Amor. -Porque Él es bueno.
-Porque es tu Amigo, que dio por ti su Vida. -Porque todo lo bueno que tienes es suyo. -Porque le has ofendido tanto... Porque te ha perdonado... ¡Él!... ¡¡a ti!!
Llora, hijo mío, de dolor de Amor. (Camino 436).

El polvo y la ceguera de cierta caída te producen desasosiego, junto con pensamientos que quieren quitarte la paz.
-¿Has buscado el desahogo en las lágrimas junto al Señor, y en la conversación confiada con un hermano? (Surco 324).

Con serenidad, sin escrúpulos, has de pensar en tu vida, y pedir perdón, y hacer el propósito firme, concreto y bien determinado, de mejorar en este punto y en aquel otro: en ese detalle que te cuesta, y en aquel que habitualmente no cumples como debes, y lo sabes. (Forja 115).

Bastan unos rasgos del Amor de Dios que se encarna, y su generosidad nos toca el alma, nos enciende, nos empuja con suavidad a un dolor contrito por nuestro comportamiento, mezquino y egoísta en tantas ocasiones. Jesucristo no tiene inconveniente en rebajarse, para elevarnos de la miseria a la dignidad de hijos de Dios, de hermanos suyos. Tú y yo, por el contrario, con frecuencia nos enorgullecemos neciamente de los dones y talentos recibidos, hasta convertirlos en pedestal para imponernos a los demás, como si el mérito de unas acciones, acabadas con una perfección relativa, dependiera exclusivamente de nosotros: ¿qué posees tú que no hayas alcanzado de Dios? Y si lo que tienes, lo has recibido, ¿de qué te glorias como si no lo hubieses recibido? (l Cor IV, 7).
Al considerar la entrega de Dios y su anonadamiento -hablo para que lo meditemos, pensando cada uno en sí mismo---, la vanagloria, la presunción del soberbio se revela como un pecado horrendo, precisamente porque coloca a la persona en el extremo opuesto al modelo que Jesucristo nos ha señalado con su conducta. Pensadlo despacio: El se humilló, siendo Dios. El hombre, engreído por su propio yo, pretende enaltecerse a toda costa, sin reconocer que está hecho de mal barro de botijo.
(Amigos de Dios 112).

Dejarlo todo porque se dejó una cosa, es absurdo, no conduce a nada. Es la lógica de un loco. Llevamos un tesoro y, si —por lo que sea— hemos perdido en el camino una parte, incluso considerable, no es ésa una razón para tirar, despechados, lo que nos queda. La actitud más razonable será tomar todas las precauciones —valiéndonos también ahora de nuestra experiencia— para no perder nada más. En las cosas del alma, no hay nada irremediablemente perdido: el cuidado humilde y contrito con que procuremos conservar lo que nos quede, hará que recuperemos —superándolo— lo que hayamos perdido. Pues sucede algunas veces que la intensidad del arrepentimiento del penitente es proporcionada a un estado de gracia mayor que aquella de la que cayó por el pecado... Por eso, el penitente algunas veces se levanta con más gracia que la que tenía antes. (Cartas II. 46b).