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9 abril 2026

MODO DE VIVIR: Hacer apostolado con humildad

Hacer apostolado con humildad

Si sientes impulsos de ser caudillo, tu aspiración será: con tus hermanos, el último, con los demás, el primero (Camino 365).

Buen Jesús: si he de ser apóstol, es preciso que me hagas muy humilde.
El sol envuelve de luz cuando toca: Señor, lléname de tu claridad, endiósame: que yo me identifique con tu Voluntad adorable, para convertirme en el instrumento que deseas... Dame tu locura de humillación: la que te llevó a nacer pobre, al trabajo sin brillo, a la infamia de morir cosido con hierros a un leño, al anonadamiento del Sagrario.
-Que me conozca: que me conozca y que te conozca. Así jamás perderé de vista mi nada. (Surco 273).

Los hombres, cuando quieren realizar algún trabajo, procuran usar los medios apropiados.
Si yo hubiera vivido hace siglos, hubiese empleado una pluma de ave para escribir: ahora utilizo una pluma estilográfica.
Dios, en cambio, cuando desea llevar a cabo alguna obra, elige medios desproporcionados, para que se note -¡cuántas veces me lo habrás oído!- que la obra es suya.
Por eso, tú y yo, que conocemos el peso enorme de nuestras miserias, debemos decirle al Señor: aunque sea miserable, no dejo de comprender que soy instrumento divino en tus manos. (Forja 610).

Muchas veces os he recordado aquella escena conmovedora que nos relata el Evangelio: Jesús está en la barca de Pedro, desde donde ha hablado a las gentes. Esa multitud que le seguía ha removido el afán -de almas que consume su Corazón, y el Divino Maestro quiere que sus discípulos participen ya de ese celo. Después de decirles que se lancen mar adentro ¡duc in altum! (Lc V, 4)-, sugiere a Pedro que eche las redes para pescar.
No me voy a detener ahora en los detalles, tan aleccionadores, de esos momentos. Deseo que consideremos la reacción del Príncipe de los Apóstoles, a la vista del milagro: apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador (Lc V, 8). Una verdad -no me cabe duda- que conviene perfectamente a la situación personal de todos. Sin embargo, os aseguro que, al tropezar durante mi vida con tantos prodigios de la gracia, obrados a través de manos humanas, me he sentido inclinado, diariamente más inclinado, a gritar: Señor, no te apartes de mí, pues sin Ti no puedo hacer nada bueno.
Entiendo muy bien, precisamente por eso, aquellas palabras del Obispo de Hipona, que suenan como un maravilloso canto a la libertad: Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti (S. Agustín, Sermo CLXIX, 13 [PL 38, 923]), porque nos movemos siempre cada uno de nosotros, tú, yo, con la posibilidad -la triste desventura- de alzarnos contra Dios, de rechazarle -quizá con nuestra conducta- o de exclamar: no queremos que reine sobre nosotros (Lc XIX,14). (Amigos de Dios 23).