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Instrumentos de Dios en el apostolado
Te reconoces miserable. Y lo eres. -A pesar de todo -más aún: por eso- te buscó Dios.
Siempre emplea instrumentos desproporcionados: para que se vea que la "obra" es suya.
-A ti, sólo te pide docilidad. (Camino 475).
No podía ser más sencilla la manera de llamar Jesús a los primeros doce: "ven y sígueme".
Para ti, que buscas tantas excusas con el fin de no continuar esa tarea, se acomoda como el guante a la mano la consideración de que muy pobre era la ciencia humana de aquellos primeros; y, sin embargo, ¡cómo removieron a quienes les escuchaban!
-No me lo olvides: la labor la sigue haciendo Él, a través de cada uno de nosotros. (Surco 189).
El Señor ha querido hacernos corredentores con Él.
Por eso, para ayudarnos a comprender esta maravilla, mueve a los evangelistas a relatar tantos grandes prodigios. Él podía sacar el pan de donde le pareciera...,¡pues, no! Busca la cooperación humana: necesita de un niño, de un muchacho, de unos trozos de pan y de unos peces.
-Le hacemos falta tú y yo, ¡y Dios!-Esto nos ha de urgir a ser generosos, en nuestra correspondencia a sus gracias. (Forja 674).
He aquí, promete el Señor, que yo enviaré muchos pescadores y pescaré esos peces (Ier XVI, 16). Así nos concreta la gran labor: pescar. Se habla o se escribe a veces sobre el mundo, comparándolo a un mar. Y hay verdad en esa comparación. En la vida humana, como en el mar, existen períodos de calma y de borrasca, de tranquilidad y de vientos fuertes. Con frecuencia, las criaturas están nadando en aguas amargas, en medio de olas grandes; caminan entre tormentas, en una triste carrera, aun cuando parece que tienen alegría, aun cuando producen mucho ruido: son carcajadas que quieren encubrir su desaliento, su disgusto, su vida sin caridad y sin comprensión. Se devoran unos a otros, los hombres como los peces.
Es tarea de los hijos de Dios lograr que todos los hombres entren -en libertad- dentro de la red divina, para que se amen. Si somos cristianos, hemos de convertirnos en esos pescadores que describe el profeta Jeremías, con una metáfora que empleó también repetidamente Jesucristo: seguidme, y yo haré que vengáis a ser pescadores de hombres (Mt IV, 19), dice a Pedro y a Andrés. (Amigos de Dios 259).