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7 marzo 2026

MODO DE VIVIR: Audacia del apóstol

Audacia del apóstol

No me gusta tanto eufemismo: a la cobardía la llamáis prudencia. -Y vuestra "prudencia" es ocasión de que los enemigos de Dios, vacío de ideas el cerebro, se den tono de sabios y escalen puestos que nunca debieran escalar (Camino 35).

No te conduzcas como ésos que se asustan ante un enemigo que sólo tiene la fuerza de su "voz agresiva" (Surco 39).

"Luego tú eres rey"... -Sí, Cristo es el Rey, que no sólo te concede audacia cuando lo deseas, sino que, en delirio de Amor, hasta abandona -¡ya me entiendes!- el magnífico palacio del Cielo, al que tú aún no puedes llegar, y te espera en Sagrario.
-¿No te parece absurdo no acudir presuroso y con más constancia a hablar con Él? (Forja 1004).

Admirad también el comportamiento de San Pablo. Prisionero por divulgar el enseñamiento de Cristo, no desaprovecha ninguna ocasión para difundir el Evangelio. Ante Festo y Agripa, no duda en declarar: ayudado del auxilio de Dios, he perseverado hasta el día de hoy, testificando la verdad a grandes y pequeños, no predicando otra enseñanza que aquella que Moisés y los profetas predijeron que había de suceder: que Cristo había de padecer, y que sería el primero que resucitaría de entre los muertos, y había de mostrar su luz a este pueblo y a los gentiles (Act XXVI, 22-23).
El Apóstol no calla, no oculta su fe, ni su propaganda apostólica que había motivado el odio de sus perseguidores: sigue anunciando la salvación a todas las gentes. Y, con una audacia maravillosa, se encara con Agripa: ¿crees tú en los profetas? Yo sé que crees en ellos (Act XXVI, 27). Cuando Agripa comenta: poco falta para que me persuadas a hacerme cristiano, contestó Pablo: pluguiera a Dios, como deseo, que no solamente faltara poco, sino que no faltara nada, para que tú y todos cuantos me oyen llegaseis a ser hoy tales cual soy yo, salvo estas cadenas (Act XXVI, 28-29) (Amigos de Dios 270).
El cristiano puede vivir con la seguridad de que, si desea luchar, Dios le cogerá de su mano derecha, como se lee en la Misa de esta fiesta. Jesús, que entra en Jerusalén cabalgando un pobre borrico, Rey de paz, es el que dijo: el reino de los cielos se alcanza a viva fuerza, y los que la hacen son los que lo arrebatan. Esa fuerza no se manifiesta en violencia contra los demás: es fortaleza para combatir las propias debilidades y miserias, valentía para no enmascarar las infidelidades personales, audacia para confesar la fe también cuando el ambiente es contrario.
Hoy, como ayer, del cristiano se espera heroísmo. Heroísmo en grandes contiendas, si es preciso. Heroísmo —y será lo normal— en las pequeñas pendencias de cada jornada. Cuando se pelea de continuo, con Amor y de este modo que parece insignificante, el Señor está siempre al lado de sus hijos, como pastor amoroso: Yo mismo apacentaré mis ovejas. Yo mismo las llevaré a la majada. Buscaré la oveja perdida, traeré la extraviada, vendaré a la que esté herida, curaré a las enfermas... Habitarán en su tierra en seguridad, y sabrán que yo soy Yavé, cuando rompa las coyundas de su yugo y las arranque de las manos de los que las esclavizaron (Es Cristo que pasa 82).