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Celos por las almas es mi afán apostólico
Tú no serás caudillo si en la masa sólo ves el escabel para alcanzar altura. -Tú serás caudillo si tienes ambición de salvar todas las almas.
No puedes vivir de espaldas a la muchedumbre: es menester que tengas ansias de hacerla feliz (Camino 32).
Muchas veces te preguntas por qué almas, que han tenido la dicha de conocer al verdadero Jesús desde niños, vacilan tanto en corresponder con lo mejor que poseen: su vida, su familia, sus ilusiones.
Mira: tú, precisamente porque has recibido "todo" de golpe, estás obligado a mostrarte muy agradecido al Señor; como reaccionaría un ciego que recobrara la vista de repente, mientras a los demás ni siquiera se les ocurre que han de dar gracias porque ven.
Pero... no es suficiente. A diario, has de ayudar a los que te rodean, para que se comporten con gratitud por su condición de hijos de Dios. Si no, no me digas que eres agradecido (Surco 4).
Como quiere el Maestro, tú has de ser -bien metido en este mundo, el que nos toca vivir, y en todas las actividades de los hombres- sal y luz. -Luz, que ilumina las inteligencias y los corazones; sal, que da sabor y preserva de la corrupción.
Por eso, si te falta afán apostólico, te harás insípido e inútil, defraudaras a los demás y tu vida será un absurdo. (Forja 22).
Con esta entrega, el celo apostólico se enciende, aumenta cada día -pegando esta ansia a los otros-, porque el bien es difusivo. No es posible que nuestra pobre naturaleza, tan cerca de Dios, no arda en hambres de sembrar en el mundo entero la alegría y la paz, de regar todo con las aguas redentoras que brotan del Costado abierto de Cristo (Ioh XIX, 34), de empezar y acabar todas las tareas por Amor.
Os hablaba antes de dolores, de sufrimientos, de lágrimas. Y no me contradigo si afirmo que, para un discípulo que busque amorosamente al Maestro, es muy distinto el sabor de las tristezas, de las penas, de las aflicciones: desaparecen en cuanto se acepta de veras la Voluntad de Dios, en cuanto se cumplen con gusto sus designios, como hijos fieles, aunque los nervios den la impresión de romperse y el suplicio parezca insoportable (Amigos de Dios 311).