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Apostolado a través del estudio
Una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración. (Camino 335).
Te entiendo perfectamente cuando me escribes sobre tu apostolado: "voy a hacer tres horas de oración con la Física. Será un bombardeo para que «caiga» otra posición, que se halla al otro lado de la mesa de la biblioteca..., y usted ya le conoció cuando vino por aquí".
Recuerdo tu alegría, mientras me escuchabas que entre la oración y el trabajo no debe haber solución de continuidad (Surco 471).
Es preciso ofrecer al Señor el sacrificio de Abel. Un sacrificio de carne joven y hermosa, lo mejor del rebaño: de carne sana y santa; de corazones que sólo tengan un amor: ¡Tú, Dios mío!; de inteligencias trabajadas por el estudio profundo, que se rendirán ante tu Sabiduría; de almas infantiles, que no pensarán más que en agradarte.
-Recibe, desde ahora, Señor, este sacrificio en olor de suavidad (Forja 43).
Volvemos al Santo Evangelio, y nos detenemos en lo que nos refiere San Mateo, en el capítulo veintiuno. Nos relata que Jesús, volviendo a la ciudad, tuvo hambre, y descubriendo una higuera junto al camino se acercó allí (Mt XXI. 18-19). ¡ Qué alegría, Señor, verte con hambre, verte también junto al pozo de Sicar, sediento (Cfr, Ioh IV, 7). Te contemplo perfectus Deus, perfectus homo (Símbolo Quicumque): verdadero Dios, pero verdadero Hombre: con carne como la mía.- Se anonadó a si mismo, tomando la forma de siervo (Phil II. 7), para que yo no dudase nunca de que me entiende, de que me ama.
Tuvo hambre. Cuando nos cansemos -en el trabajo, en el estudio, en la tarea apostólica-, cuando encontremos cerrazón en el horizonte, entonces, los ojos a Cristo: a Jesús bueno, a Jesús cansado, a Jesús hambriento y sediento. ¡Cómo te haces entender, Señor! ¡Cómo te haces querer! Te nos muestras como nosotros, en todo menos en el pecado: para que palpemos que contigo podremos vencer nuestras malas inclinaciones, nuestras culpas. Porque no importan ni el cansancio, ni el hambre, ni la sed, ni las lágrimas... Cristo se cansó, pasó hambre, estuvo sediento, lloró. Lo que importa es la lucha -una contienda amable, porque el Señor permanece siempre a nuestro lado- para cumplir la voluntad del Padre que está en los cielos (Cfr. Ioh IV. 34). (Amigos de Dios 201).
La vida de oración y de penitencia, y la consideración de nuestra filiación divina, nos transforman en cristianos profundamente piadosos, como niños pequeños delante de Dios. La piedad es la virtud de los hijos y para que el hijo pueda confiarse en los brazos de su padre, ha de ser y sentirse pequeño, necesitado. Frecuentemente he meditado esa vida de infancia espiritual, que no está reñida con la fortaleza, porque exige una voluntad recia, una madurez templada, un carácter firme y abierto.
Piadosos, pues, como niños: pero no ignorantes, porque cada uno ha de esforzarse, en la medida de sus posibilidades, en el estudio serio, científico, de la fe; y todo esto es la teología. Piedad de niños, por tanto, y doctrina segura de teólogos. (Es Cristo que pasa 10).