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10 marzo 2026

MODO DE VIVIR: El cristiano es apóstol

El cristiano es apóstol

No tengas espíritu pueblerino. -Agranda tu corazón, hasta que sea universal, "católico". No vueles como un ave de corral cuando puedes subir como las águilas (Camino 7).

Hay una cantidad muy considerable de cristianos que serían apóstoles..., si no tuvieran miedo.
Son los mismos que luego se quejan, porque el Señor -¡dicen!- les abandona: ¿qué hacen ellos con Dios? (Surco 103).

Piensa en lo que dice el Espíritu Santo, y llénate de pasmo y de agradecimiento: «elegit nos ante mundi constitutionem» -nos ha elegido, antes de crear el mundo, «ut essemus sancti in conspectu eius!» -para que seamos santos en su presencia.
-Ser santo no es fácil, pero tampoco es difícil, Ser santo es ser buen cristiano: parecerse a Cristo. -El que más se parece a Cristo, ése es más cristiano, más de Cristo, más santo.
-Y ¿qué medios tenemos? -Los mismo que los primeros fieles, que vieron a Jesús, o lo entrevieron a través de los relatos de los Apóstoles o de los Evangelistas (Forja 10).

Hemos tratado de virtudes humanas. Y quizá alguno de vosotros pueda preguntarse: pero comportarse así, ¿no supone aislarse del ambiente normal, no es algo ajeno al mundo de todos los días? No. En ningún sitio está escrito que el cristiano debe ser un personaje extraño al mundo. Nuestro Señor Jesucristo, con obras y palabras, ha hecho el elogio de otra virtud humana que me es particularmente querida: la naturalidad, la sencillez.
Acordaos de cómo viene Nuestro Señor al mundo: como todos los hombres. Pasa su infancia y juventud en una aldea de Palestina, uno más entre sus conciudadanos. En los años de su vida pública, se repite de continuo el eco de su existencia corriente transcurrida en Nazaret. Habla del trabajo, se preocupa de que sus discípulos descansen (Cfr. Mc VI, 31); va al encuentro de todos y no rehúye la conversación con nadie; dice expresamente, a los que le seguían, que no impidan que los niños se acerquen a El (Cfr. Lc XVIII, 16). Evocando, quizá, los tiempos de su infancia pone la comparación de los pequeños que juegan en la plaza pública (Cfr. LC VII, 32).
¿No es todo esto normal, natural, sencillo? ¿No puede vivirse en la vida ordinaria? Sucede, sin embargo, que los hombres suelen acostumbrarse a lo que es llano y ordinario, e inconscientemente buscan lo aparatoso, lo artificial. Lo habréis comprobado, como yo: se encomia, por ejemplo, el primor de unas rosas frescas, recién cortadas, de pétalos finos y olorosos. Y el comentario es: ¡parecen de trapo! (Amigos de Dios 89).

A todo cristiano, cualquiera que sea su condición —sacerdote o seglar, casado o célibe—, se le aplican plenamente las palabras del apóstol que se leen precisamente en la epístola de la festividad de la Sagrada Familia: Escogidos de Dios, santos y amados. Eso somos todos, cada uno en su sitio y en su lugar en el mundo: hombres y mujeres elegidos por Dios para dar testimonio de Cristo y llevar a quienes nos rodean la alegría de saberse hijos de Dios, a pesar de nuestros errores y procurando luchar contra ellos (Es Cristo que pasa 30).