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Encender a los hombres en el amor de Dios
Que tu vida no sea una vida estéril. Sé útil.-Deja poso. -Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor.
Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. -Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón (Camino 1).
¿Volverá el Señor a encenderme el alma?... -Te aseguran que sí tu cabeza y la fuerza honda de un deseo lejano, que quizá sea esperanza... -En cambio, el corazón y la voluntad -sobra de uno, falta de otra- lo tiñen todo de una melancolía paralizadora y yerta, como una mueca, como una burla amarga.
Escucha la promesa del Espíritu Santo: "dentro de un brevísimo tiempo, vendrá Aquél que ha de venir y no tardará. Entre tanto el justo mío vivirá de fe" (Surco 459).
Ser cristiano en el mundo no significa aislarse, ¡al contrario! -Significa amar a todas las gentes, y desear encenderlas con el fuego del amor a Dios (Forja 375).
En el pasaje del Evangelio de San Mateo, leemos: tunc abeuntes pharisaei, consilium inierunt ut caperent eum in sermone (Mt XXII, 15); se reunieron los fariseos, con el fin de tratar entre ellos cómo podían sorprender a Jesús en lo que hablase. No olvidéis que ese sistema de los hipócritas es una táctica corriente también en estos tiempos; pienso que la mala hierba de los fariseos no se extinguirá jamás en el mundo: siempre ha tenido una fecundidad prodigiosa. Quizá el Señor tolera que crezca, para hacernos prudentes a nosotros, sus hijos; porque la virtud de la prudencia resulta imprescindible a cualquiera que se halle en situación de dar criterio, de fortalecer, de corregir, de encender, de alentar. Y precisamente así, como apóstol, tomando ocasión de las circunstancias de su quehacer ordinario, ha de actuar un cristiano con los que le rodean.
Alzo en este momento mi corazón a Dios y pido, por mediación de la Virgen Santísima -que está en la Iglesia, pero sobre la Iglesia: entre Cristo y la Iglesia, para proteger, para reinar, para ser Madre de los hombres, como lo es de Jesús Señor Nuestro-; pido que nos conceda esa prudencia a todos, y especialmente a los que, metidos en el torrente circulatorio de la sociedad, deseamos trabajar por Dios: verdaderamente nos conviene aprender a ser prudentes (Amigos de Dios 155).
La liturgia de la Cuaresma cobra a veces acentos trágicos, consecuencia de la meditación de lo que significa para el hombre apartarse de Dios. Pero esta conclusión no es la última palabra. La última palabra la dice Dios, y es la palabra de su amor salvador y misericordioso y, por tanto, la palabra de nuestra filiación divina. Por eso os repito hoy con San Juan: ved qué amor hacia nosotros ha tenido el Padre, queriendo que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos en efecto. Hijos de Dios, hermanos del Verbo hecho carne, de Aquel de quien fue dicho: en él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Hijos de la luz, hermanos de la luz: eso somos. Portadores de la única llama capaz de encender los corazones hechos de carne (Es Cristo que pasa 66).