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15 febrero 2025

MODO DE VIVIR: La oración, fruto de nuestra filiación divina en Cristo

Es, pues, la oración como la manifestación de nuestra vida íntima de hijos de Dios, como el fruto de nuestra filiación divina en Cristo; como el desarrollo espontáneo de los dones del Espíritu Santo. Por esto es tan vivificante y tan fecunda. El alma que se da regularmente a la oración saca de ella gracias inefables que la transforman poco a poco, a imagen v semejanza de Jesús, Hijo único del Padre celestial. «La puerta, dice Santa Teresa, por la que penetran en el alma las gracias escogidas, como las que el Señor me hizo, es la oración; una vez cerrada esta puerta, ignoro cómo podría otorgárnoslas» (Vida, cap.8).
De la oración saca el alma gozos que son como presagio de la unión celestial, de esa herencia eterna que nos espera. «En verdad, decía Jesucristo, cuanto pidiereis de saludable a mi Padre en nombre mío, os lo concederá, para que vuestro gozo sea completo» (Jn 16,24). En esto consiste la oración mental: trato íntimo de corazón a corazón entre Dios y el alma, «estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Santa Teresa, ib. cap.8).
Mas este trato o conversación del hijo de Dios con su Padre celestial se verifica bajo la acción del Espíritu Santo.- En efecto, Dios, por medio del profeta Zacarías, había prometido que, en la Nueva Alianza, «derramaría sobre las almas el espíritu de gracia y de oración» (Zac 12,10). Este espíritu es el Espíritu Santo, el Espíritu de adopción, que Dios envía a los corazones de aquellos que tiene predestinados a ser sus hijos en Cristo Jesús. Los dones que este Espíritu divino infunde en nuestras almas el día del bautismo, juntamente con la gracia, nos ayudan en nuestras relaciones con el Padre celestial. El don de temor nos llena de reverencia ante su divino acatamiento; el don de piedad hace compatible con esa reverencia la ternura propia de un hijo hacia su padre; el don de ciencia presenta al alma con nueva luz las verdades de orden natural, el don de inteligencia la hace penetrar en las profundidades ocultas de los misterios de la fe; el don de sabiduría le da el gusto, el conocimiento afectivo de las verdades reveladas. Los dones del Espíritu Santo son disposiciones muy reales a las que no prestamos bastante atención; por ellos el Espíritu Santo, que mora en el alma del bautizado, como en un templo, la ayuda y guía en sus relaciones con el Padre celestial: «El Espíritu Santo fortalece nuestra flaqueza… El mismo ruega por nosotros con gemidos inenarrables». (Rm 8,26) [El Espíritu Santo es el alma de nuestras oraciones; El nos las inspira y hace que sean siempre admisibles. Catec. del Conc. de Trento, 4ª parte, c. 1, 7].
El elemento esencial de la oración es el contacto sobrenatural del alma con Dios, mediante el cual el alma recibe aquella vida divina que es la fuente de toda santidad. Este contacto se establece cuando el alma, elevada por la fe y el amor, apoyada en Jesucristo, se entrega a Dios, a su voluntad, por un movimiento del Espíritu Santo: «El sabio se ocupa desde el alba en velar ante el Dios que le ha creado, y eleva sus oraciones ante el Altísimo» (Ecli 39,6). Ningún raciocinio, ningún esfuerzo puramente natural puede producir este contacto: «Nadie puede decir: Señor Jesús, si no es movido por la gracia del Espíritu Santo» (1Cor 12,3). Este contacto se verifica en las oscuridades de la fe, pero llena el alma de luz y de vida.