-
Distraerte. -¡Necesitas distraerte!..., abriendo mucho tus ojos para que entren bien las imágenes de las cosas, o cerrándolos casi, por exigencia de tu miopía...
¡Ciérralos del todo!: ten vida interior, y verás, con color y relieve insospechados, las maravillas de un mundo mejor, de un mundo nuevo: y tratarás... a Dios..., y conocerás tu miseria..., y te endiosarás... con un endiosamiento que, al acercarte a tu Padre, te hará más hermano de tus hermanos los hombres (Camino 283).
Aquel conocido tuyo, muy inteligente, buen burgués, buena persona, decía: "cumplir la ley, pero con tasa, sin pasarse de la raya, lo más escuetamente posible".
Y añadía: "¿pecar?, no; pero darse, tampoco" (Surco 12).
Es preciso ofrecer al Señor el sacrificio de Abel. Un sacrificio de carne joven y hermosa, lo mejor del rebaño: de carne sana y santa; de corazones que sólo tengan un amor: ¡Tú, Dios mío!; de inteligencias trabajadas por el estudio profundo, que se rendirán ante tu Sabiduría; de almas infantiles, que no pensarán más que en agradarte.
-Recibe, desde ahora, Señor, este sacrificio en olor de suavidad (Forja 43).
Magnanimidad: ánimo grande, alma amplia en la que caben muchos. Es la fuerza que nos dispone a salir de nosotros mismos, para prepararnos a emprender obras valiosas, en beneficio de todos. No anida la estrechez en el magnánimo; no media la cicatería, ni el cálculo egoísta, ni la trapisonda interesada. El magnánimo dedica sin reservas sus fuerzas a lo que vale la pena; por eso es capaz de entregarse él mismo. No se conforma con dar: se da. Y logra entender entonces la mayor muestra de magnanimidad: darse a Dios (Amigos de Dios 80).
Lo recordábamos en nuestra meditación de anoche: que un hombre dé hasta la última peseta por cumplir la Voluntad de Dios es poco, aunque cueste mucho; dejar a la familia de sangre cuesta, pero es poco, y eso lo hacen muchos; abandonar las ilusiones personales, las aspiraciones y ambiciones científicas y sociales, también es poco y también lo aceptan muchos; pero entregarse perfectamente a Cristo, ofrecerse a Dios eficazmente, ¡eso sí que es mucho y eso sí que lo hacen pocos! Darse a Dios sin reservas, sin que quede para nosotros el menor rincón, el menor detalle; pertenecerle enteramente, renunciar a sí mismo con tanta verdad que no nos embarace ni el hilillo más sutil, ¡eso sí que es difícil, eso sí que se ve raras veces! (Crecer para adentro).