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¡Oh poder de la obediencia! -El lago de Genesaret negaba sus peces a las redes de Pedro. Toda una noche en vano.
-Ahora, obediente, volvió la red al agua y pescaron "piscium multitudinem copiosam" -una gran cantidad de peces.
-Créeme: el milagro se repite cada día. (Camino 629).
El Señor quiere de ti un apostolado concreto, como el de la pesca de aquellos ciento cincuenta y tres peces grandes -y no otros-, cogidos a la derecha de la barca.
Y me preguntas: ¿cómo es que sabiéndome pescador de hombres, viviendo en contacto con muchos compañeros, y pudiendo distinguir hacia quiénes ha de ir dirigido mi apostolado específico, no pesco?... ¿Me falta Amor? ¿Me falta vida interior?
Escucha la respuesta de labios de Pedro, en aquella otra pesca milagrosa: -"Maestro, toda la noche hemos estado fatigándonos, y nada hemos cogido; no obstante, sobre tu palabra, echaré la red".
En nombre de Jesucristo, empieza de nuevo. -Fortificado: ¡fuera esa flojera! (Surco 377).
Acoge la palabra del Papa, con una adhesión religiosa, humilde, interna y eficaz: ¡hazle eco! (Forja 133).
¡Qué ejemplo de fe segura nos ofrece este ciego! Una fe viva, operativa. ¿Te conduces tú así con los mandatos de Dios, cuando muchas veces estás ciego, cuando en las preocupaciones de tu alma se oculta la luz? ¿Qué poder encerraba el agua, para que al humedecer los ojos fueran curados? Hubiera sido más apropiado un misterioso colirio, una preciosa medicina preparada en el laboratorio de un sabio alquimista. Pero aquel hombre cree; pone por obra -el mandato de Dios, y vuelve con los ojos llenos de claridad.
Pareció útil -escribió San Agustín comentando este pasaje- que el Evangelista explicara el significado del nombre de la piscina, anotando que quiere decir Enviado. Ahora entendéis quién es este Enviado. Si el Señor no hubiese sido enviado a nosotros, ninguno de nosotros habría sido librado del pecado (S. Agustín, In loannis Evangelium tractatus, 44, 2 (PL 35, I7I4). Hemos de creer con fe firme en quien nos salva, en este Médico divino que ha sido enviado precisamente para sanarnos. Creer con tanta más fuerza cuanta mayor o más desesperada sea la enfermedad que padezcamos.
(Amigos de Dios 193).