Página inicio

-

Agenda

3 diciembre 2025

MODO DE VIVIR: Abandono en su Providencia

El abandono en la Voluntad de Dios es el secreto para ser feliz en la tierra. -Di, pues: "meus cibus est, ut faciam voluntatem ejus" -mi alimento es hacer su Voluntad (Camino 766).

En este caso, como en tantos otros, los hombres se mueven -todos creen tener razón-…, y Dios los guía; es decir, por encima de sus razones particulares, acabara por triunfar la inescrutable y amorosísima Providencia de Dios.
Déjate, pues, “guiar” por el Señor, sin oponerte a sus planes, aunque contradigan tus “fundamentales razones” (Surco 596).

Asoma muchas veces la cabeza al oratorio, para decirle a Jesús: ...me abandono en tus brazos.
-Deja a sus pies lo que tienes: ¡tus miserias!
-De este modo, a pesar de la turbamulta de cosas que llevas detrás de ti, nunca me perderás la paz (Forja 306).

Corazones generosos, con desprendimiento verdadero, pide el Señor. Lo conseguiremos, si soltamos con entereza las amarras o los hilos sutiles que nos atan a nuestro yo. No os oculto que esta determinación exige una lucha constante, un saltar por encima del propio entendimiento y de la propia voluntad, una renuncia -en pocas palabras- más ardua que el abandono de los bienes materiales más codiciados.
Ese desprendimiento que el Maestro predicó, el que espera de todos los cristianos, comporta necesariamente también manifestaciones externas. Jesucristo coepit lacere et docere (Act I,1): antes que con la palabra, anunció su doctrina con las obras. Lo habéis visto nacer en un establo, en la carencia más absoluta, y dormir recostado sobre las pajas de un pesebre sus primeros sueños en la tierra. Luego, durante los años de sus andanzas apostólicas, entre otros muchos ejemplos, recordaréis su clara advertencia a uno de los que se ofrecieron para acompañarle como discípulo: las raposas tienen guaridas, y las aves del cielo nidos: mas el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza (Lc IX. 58). Y no dejéis de contemplar aquella escena, que recoge el Evangelio, en la que los Apóstoles, para mitigar el hambre, arrancan por el camino en un sábado unas espigas de trigo (Cfr. Mc II, 23) (Amigos de Dios 115).