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Me has escrito: "orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?" -¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio.
En dos palabras: conocerle y conocerte: "¡tratarse!" (Camino 91).
¡Qué contento se debe morir, cuando se han vivido heroicamente todos los minutos de la vida! -Te lo puedo asegurar porque he presenciado la alegría de quienes, con serena impaciencia, durante muchos años, se han preparado para ese encuentro (Surco 893).
Algunas veces -me lo has oído comentar con frecuencia- se habla del amor como si fuera un impulso hacia la propia satisfacción, o un mero recurso para completar de modo egoísta la propia personalidad.
-Y siempre te he dicho que no es así: el amor verdadero exige salir de sí mismo, entregarse. El auténtico amor trae consigo la alegría: una alegría que tiene sus raíces en forma de Cruz (Forja 28).
El hermano Rafael Arnáiz -hoy beato— estudió arquitectura. A los 23 años ingresó en la trapa de San Isidro de Dueñas. Murió a los 27 años. Destacó por su santidad, por su paz, por su permanente sonrisa y por su alegría. Ambas se traslucían en su rostro. Escribía:
«La alegría del vivir para el trapense consiste en la esperanza cierta de morir, y cuando contemplamos en el cementerio el sitio donde están nuestros Hermanos, nos causa alegría.
»Una alegría intensa al saberlos ya en el cielo... Entonces sí que se siente la alegría de vivir...
»Te parecerá paradójico, pero saber esperar es lo más alegre.
»Pensar que todo se acaba... es alegría.
»Pensar que somos extranjeros en la tierra, es santa alegría.
»Pensar que hemos de morir muy pronto para ver a Dios y a la Señora..., es un verdadero alborozo en el corazón de un monje.
»Su vida es esperar... ésa es la única alegría de vivir...
«Deja a Dios que se apodere de ti y entonces tu vida será una espera... ésa es la única alegría de vivir.
«¡Dulce encuentro! ¿Hay alguna manera más divina de nombrar la muerte?... Con qué cariño se desea la muerte: ¡Dulce encuentro.»
Siglos antes un padre del desierto (s. iv), el abad Arsenio, de santa memoria, al aproximarse su muerte, se decía a sí mismo:
— «Arsenio, eres un hombre feliz. Has tenido siempre presente esta hora ante tus ojos y la has deseado con contento y alegría.»
Santa Teresa del Niño Jesús se encontraba en su lecho de muerte y le preguntaron si se resignaba a morir. Respondió:
— «Creo que sólo para vivir es para lo que necesitamos resignación. ¡La muerte es para mí... una alegría!» (ALIMBAU. Palabras para la alegría).