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1 diciembre 2025

MODO DE VIVIR: Abandono en las necesidades económicas

Copio este texto, porque puede dar paz a tu alma: "Me encuentro en una situación económica tan apurada como cuando más. No pierdo la paz. Tengo absoluta seguridad de que Dios, mi Padre, resolverá todo este asunto de una vez.
Quiero, Señor, abandonar el cuidado de todo lo mío en tus manos generosas. Nuestra Madre -¡tu Madre!- a estas horas, como en Caná, ha hecho sonar en tus oídos: ¡no tienen!... Yo creo en Ti, espero en Ti, Te amo, Jesús: para mí, nada; para ellos"(Forja 807).

La duquesa Virginia Sforza Cesarini, mujer piadosa y bien relacionada, a la que no conocían, se enteró de que andaban en busca de casa. Les mencionó el nombre del propietario de una villa en el barrio de Parioli. Eran los primeros meses de 1947. La villa había sido residencia de la embajada de Hungría ante la Santa Sede. El caso se presentó más que peliagudo. No disponían ni del dinero para la fianza; y hubieron de echar mano de unas monedas de oro que guardaban para emplear en vasos sagrados.
Transcurrieron varias semanas de deliberaciones desapacibles, de espera y de sacrificios, antes de cerrarse el contrato. Un posible remedio era el hipotecar la finca, pero no antes de entrar en posesión del inmueble. Acercándose la fecha de la compra, los abogados de la parte contraria apretaron las clavijas. La noche en que don Álvaro comunicó al Padre que habían llegado a un acuerdo y que las cláusulas establecían que el pago se hiciese efectivo en francos suizos y dentro de dos meses, el Fundador no se alteró. Recibió la noticia con serena confianza. Si no tenían siquiera la suma, ¿a qué preocuparse por la divisa en dinero contante y sonante? La nueva exigencia de los vendedores no les colocaba ni en mejor ni en peor tesitura que antes, estando como estaban atollados hasta el cuello.
—«Como no tenemos nada, ¡qué más le da al Señor facilitarnos francos suizos que liras italianas!» —exclamó el Padre.
Así de sencillo y risueño veía el planteamiento de la operación. Luego, providencialmente, surgieron personas con voluntad de asistirles. Y es que, a última hora, Dios siempre venía a verle.
Hizo el Fundador lo que acostumbraba a hacer de toda la vida: poner medios sobrenaturales, rezar y mortificarse. Era la receta más segura; era el único recurso. Pero su petición no era ni blanda ni menguada. En 1944, cuando le faltaban los medios materiales más imprescindibles —nunca salió del pozo de las deudas—, instaba a sus hijas del centro de los Rosales, en las cercanías de Madrid, a que pidiesen al Señor con descaro: —Pero pedidle millones, les decía; como todo es suyo, «lo mismo da pedir cinco que cinco mil millones, y puestos a pedir…».
En julio de 1947 se instalaron, por fin, en el edificio destinado a portería de la finca. Daba éste, por delante, a la calle de Bruno Buozzi; y, por detrás, a un jardín, que le separaba del edificio central, todavía ocupado por los antiguos inquilinos (Vázquez de Prada).

— El Señor dispuso los acontecimientos para que yo no contara ni con un céntimo, para que también así se viera que era Él. ¡Pensad cómo hice sufrir a los que vivían a mi alrededor! Es justo que aquí dedique un recuerdo a mis padres. ¡Con qué alegría, con qué amor llevaron tanta humillación! Era preciso triturarme, como se machaca el trigo para preparar la harina y poder elaborar el pan; por eso el Señor me daba en lo que más quería... ¡Gracias Señor! Porque esta hornada de pan maravillosa está difundiendo ya «el buen olor de Cristo» en el mundo entero: gracias, por estos miles de almas que están glorificando a Dios en toda la tierra. Porque todos son tuyos (En diálogo con el Señor. 3f. 3f.).