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Cada día un poco más —igual que al tallar una piedra o una madera—, hay que ir limando asperezas, quitando defectos de nuestra vida personal, con espíritu de penitencia, con pequeñas mortificaciones, que son de dos tipos: las activas —ésas que buscamos, como florecicas que recogemos a lo largo del día—, y las pasivas, que vienen de fuera y nos cuesta aceptarlas. Luego, Jesucristo va poniendo lo que falta.
—¡Qué Crucifijo tan estupendo vas a ser, si respondes con generosidad, con alegría, del todo! Forja, 403
Los verdaderos obstáculos que te separan de Cristo —la soberbia, la sensualidad...—, se superan con oración y penitencia. Y rezar y mortificarse es también ocuparse de los demás y olvidarse de sí mismo. Si vives así, verás cómo la mayor parte de los contratiempos que tienes, desaparecen. Via Crucis, estación X, n. 4
El camino de nuestra santificación personal pasa, cotidianamente, por la Cruz: no es desgraciado ese camino, porque Cristo mismo nos ayuda y con Él no cabe la tristeza