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¡Bendita perseverancia, llena de fecundidad, del pobre borrico de noria!: siempre lo mismo, monótonamente, escondido y despreciado, a su paso humilde..., sin querer saber que son sus sudores el aroma de la flor, la hermosura del fruto en sazón, la fresca sombra de los árboles en el estío: la lozanía toda del huerto, y todo el encanto del jardín. Instrucción, 9-I-1935, nn. 220 y 221.
Me atrae ese animal paciente y laborioso, porque el borrico es recio y austero, porque es humilde. Pero, sobre todo, porque trabaja: porque sabe perseverar día tras día dando vueltas a la noria, sacando el agua que hace florecer el huerto. El borrico se conforma con todo, hasta con los palos. Trabaja y trabaja, y con un puñado de paja o de hierba tiene bastante. Carta, 15-X-1948, n. 11.
Me atrae ese animal paciente y laborioso, porque el borrico es recio y austero, porque es humilde, pero, sobre todo, porque trabaja.
Nunca se ha reducido la vida cristiana a un entramado agobiante de obligaciones, que deja el alma sometida a una tensión exasperada; se amolda a las circunstancias individuales como el guante a la mano, y pide que en el ejercicio de nuestras tareas habituales, en las grandes y en las pequeñas, con la oración y la mortificación, no perdamos jamás el punto de mira sobrenatural.
Pensad que Dios ama apasionadamente a sus criaturas, y ¿cómo trabajará el burro si no se le da de comer, ni dispone de un tiempo para restaurar las fuerzas, o si se quebranta su vigor con excesivos palos? Tu cuerpo es como un borrico -un borrico fue el trono de Dios en Jerusalén- que te lleva a lomos por las veredas divinas de la tierra: hay que dominarlo para que no se aparte de las sendas de Dios, y animarle para que su trote sea todo lo alegre y brioso que cabe esperar de un jumento. Amigos de Dios, 137.
El cristiano puede vivir con la seguridad de que, si desea luchar, Dios le cogerá de su mano derecha, como se lee en la Misa de esta fiesta. Jesús, que entra en Jerusalén cabalgando un pobre borrico, Rey de paz, es el que dijo: el reino de los cielos se alcanza a viva fuerza, y los que la hacen son los que lo arrebatan (san Mateo, Mt XI, 12).
Esa fuerza no se manifiesta en violencia contra los demás: es fortaleza para combatir las propias debilidades y miserias, valentía para no enmascarar las infidelidades personales, audacia para confesar la fe también cuando el ambiente es contrario. Es Cristo que pasa, 82.