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14 febrero 2025

MODO DE VIVIR: Vos sois nuestro Padre

Y es que, en verdad, «ya no somos extranjeros, ni huéspedes de paso, sino miembros de la familia de Dios, de aquella mansión de la que Jesucristo es piedra angular» (Ef 2,20).
Así, pues, el Espíritu que recibimos en el Bautismo, en el sacramento de nuestra adopción divina, es el que nos hace clamar a Dios: «Vos sois nuestro Padre». ¿Qué quiere decir esto sino que, como consecuencia de nuestra filiación divina, tenemos el derecho y el deber de presentarnos ante Dios como sus hijos? Escuchemos a Nuestro Señor mismo, El vino para ser la «luz del mundo», y sus palabras, «llenas de verdad», nos indican «el camino». «Yo soy luz del mundo y el camino y la verdad» (Jn 8,12; 14,6).
Sentado junto al pozo de Jacob, Jesús conversa con la Samaritana (ib. 4,5 y sigs.). En El ha reconocido esta mujer un profeta, un enviado de Dios; en seguida le pregunta (lo que era objeto de viva controversia entre sus compatriotas y los judíos) si Dios debía ser adorado sobre las montañas de Samaria o en Jerusalén. ¿Qué contesta Cristo? «Mujer, créeme: llega la hora en la que vosotros no adoraréis al Padre ni aquí, ni en Jerusalén; llega la hora, más bien, ya ha ]legado, en la que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque el Padre busca tales adoradores». Notad cómo Jesucristo pone de relieve el nombre de Padre.- En Samaria, como es sabido, se adoraban los falsos dioses, y por eso Cristo dice que hay que adorar «en verdad, es decir, al Dios verdadero; en Jerusalén se adoraba al verdadero Dios, pero no «en espíritu»: la religión de los judíos era completamente materialista en su expresión y en los motivos que la inspiraban.- Fue el Verbo encarnado quien inauguró, «y ya es llegada esa hora», la nueva religión, la del verdadero Dios adorado en espíritu, en el espíritu de la verdadera adopción divina, sobrenatural, espiritual, que nos hace hijos de Dios, por cuyo motivo Nuestro Señor insiste en la palabra «Padre». «Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad». Sin duda alguna, siendo nosotros hijos adoptivos, al hacernos Dios sus hijos, en nada disminuye su divina majestad ni su soberanía absoluta, y debemos adorarle, anonadarnos ante El; pero debemos adorarle en verdad y en espíritu, es decir, en la verdad y espíritu del orden sobrenatural, por el cual somos hijos suyos.