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Un completo estudio sobre la oración orientada en Nuestro Señor Jesucristo por Dom Columba Marmion
Tan grande es el deseo que tiene Nuestro Señor de darse a nosotros, que multiplicó los medios de llevarlo a cabo, juntamente con los distintos sacramentos, nos ha señalado la oración, como fuente de gracia. Es evidente que los sacramentos, como se ha indicado repetidas veces en el transcurso de estas conferencias, producen la gracia por el hecho mismo de ser aplicados al alma que no pone óbice a su accion.
La oración, de suyo, no tiene una eficacia tan intrínseca; mas no nos es por eso menos necesaria que los sacramentos para conseguir la ayuda divina. Vemos, en efecto, cómo Jesucristo durante su vida mortal hace milagros movido por la oración. Un leproso se le presenta: «Señor, tened compasión de mí», y le cura. Le presentan un ciego que le dice: «Señor, haced que vea», y Nuestro Señor le devuelve la vista. Marta y Magdalena le dicen: «Señor: si hubieseis estado aquí, no hubiera muerto nuestro hermano». Esto es una especie de petición y a esta súplica contesta el Señor con la resurrección de Lázaro.- Estos son favores temporales, pero también la gracia se alcanza con la oración. «Señor, le dice la Samaritana, dadme esa agua viva, de que sois fuente, y que nos reporta la vida eterna», y Cristo se descubre a ella como el Mesías, y la induce a confesar sus faltas para perdonárselas. Clavado en la cruz, pídele el Buen Ladrón que se acuerde de él, y el Señor le concede perdón completo: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso».
Por otra parte, Nuestro Señor mismo nos ha recomendado este género de impetración: «Pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá; buscad, y encontraréis» (Mt 7,7). «Todo cuanto pidiereis a mi Padre, en nombre mío, es decir, poniéndome por intercesor, os lo concederá» (Jn 16,23). Asimismo, San Pablo nos exhorta a elevar en todo tiempo continuas oraciones y súplicas poniendo por intercesor al Espíritu Santo (Ef 6,18).
Es, pues, evidente que la oración vocal de impetración resulta un medio muy poderoso para atraernos los dones de Dios.