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El descubrimiento de la importancia de María va de la mano, en la vida de san Josemaría, de la vivencia de la infancia espiritual. En un punto de Camino, que nació en unas circunstancias difíciles, escribió: «¡Madre! - Llámala fuerte, fuerte. - Te escucha, te ve en peligro quizá, y te brinda, tu Madre Santa María, con la gracia de su Hijo, el consuelo de su regazo, la ternura de sus caricias: y te encontrarás reconfortado para la nueva lucha»[17]. Quienes le rodeaban no sabían quizá hasta qué punto les estaba transmitiendo su propia experiencia con estas líneas. Por aquellos años, san Josemaría estaba aprendiendo también a acercarse a Dios como un niño pequeño.
Fruto de ese modo de orar es su obra Santo Rosario, y también algunos capítulos de Camino. Los descubrimientos que hemos repasado se inscriben en ese trato confiado con Dios y con María. De hecho, san Josemaría recorrió ese camino a lo largo de toda su vida. Poco antes de transcurrir su última Navidad en esta tierra, confiaba a un grupo de hijos suyos: «De ordinario me abandono, procuro hacerme pequeño y ponerme en los brazos de la Virgen. Le digo al Señor: ¡Jesús, hazme un poco de sitio! ¡A ver cómo cabemos los dos en los brazos de tu Madre! Y basta. Pero vosotros seguid vuestro camino: el mío no tiene por qué ser el vuestro (…) ¡viva la libertad!»[18]
También nosotros podemos pedir a Dios que nos adentre en esos Mediterráneos de la vida interior, paisajes tan conocidos… pero a la vez inmensos
Sin ser el único modo de lograrlo, hacerse niños facilita actitudes como la humildad o el abandono esperanzado en las distintas circunstancias de la vida. También es una manera de ganar en sencillez y naturalidad al dirigirnos a Dios. Además, al ser un camino marcado por el reconocimiento de la propia fragilidad y dependencia, permite abrir a Dios con menos esfuerzo las puertas del propio corazón, es decir, de la propia intimidad.
Los niños son vulnerables, y precisamente por eso son tan sensibles al amor: comprenden en profundidad los gestos y las actitudes de los mayores. Por eso es necesario que nos dejemos tocar por Dios, y le abramos las puertas de nuestra propia alma. El Papa lo proponía también a los jóvenes: «Él nos pregunta si queremos una vida plena. Y yo en su nombre les pregunto: Ustedes, ¿ustedes quieren una vida plena? Empieza desde este momento por dejarte conmover»[19]. Tener corazón no significa prestarse a la afectación o la sensiblería, que son una simple caricatura de la auténtica ternura. Al contrario, redescubrir el corazón, dejarse conmover, puede ser un camino para alcanzar a Dios. «Mi pobre corazón está ansioso de ternura -anotaba san Josemaría en 1932-. Si oculus tuus scandalizat te... No, no es preciso tirarlo lejos: que no se puede vivir sin corazón. (…) Y esa ternura, que has puesto en el hombre, ¡cómo queda saciada, anegada, cuando el hombre te busca, por la ternura (que te llevó a la muerte) de tu divino Corazón!»[20] A María -y por Ella a Jesús- se puede ir por el camino de la ternura, que es el modo en que los niños aprenden a conocer a sus madres y a confiar en ellas su vida entera. Por este y por otros caminos que Dios nos puede sugerir, nos adentramos en un inmenso Mediterráneo: el de tener en el Cielo una Madre toda hermosa, santa María.