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San Juan Pablo II
Ayuda a tu hermano
El camino señalado por los mandamientos para llegar al cielo, para alcanzar la felicidad, pasa por el amor, por el servicio al hermano. El Señor espera que confirméis la autenticidad de vuestro amor a Dios con obras de caridad hacia el prójimo. Cristo os da cita junto al hermano sufriente, olvidado, oprimido. Él os llama a un decidido compromiso con el hombre, en la defensa de sus derechos y dignidad como hijo de Dios que es. Tenéis que amar a Dios y a vuestros semejantes contribuyendo así a la edificación de una sociedad en la que los bienes sean compartidos por todos, una sociedad donde todos puedan vivir de modo conforme a su condición de personas.
En el rostro de los pobres veo el rostro de Cristo. En la vida del pobre veo reflejada la vida de Cristo. A cambio, el pobre y esos discriminados se identifican más fácilmente con Cristo, porque en Él descubren a uno de los suyos. Ya desde el mismo comienzo de su vida, en el bendito instante de su nacimiento como Hijo de la Virgen María, Jesús no tuvo casa, porque «no había lugar para Él en la posada». Cuando sus padres le llevaron a Jerusalén por primera vez, para presentar su ofrenda en el templo, fueron contados entre los pobres e hicieron la ofrenda que correspondía a los pobres. En su niñez fue un refugiado, forzado a huir del odio que había desatado la persecución, a abandonar su propio país y a vivir exiliado en tierra extranjera. Siendo un muchacho fue capaz de confundir a los ilustrados maestros con su sabiduría, y aun trabajaba con sus manos como un humilde carpintero, al igual que su padre adoptivo, José. Cuando proclamó y explicó las Escrituras en la sinagoga de Nazaret, «el hijo del carpintero» fue rechazado. Incluso uno de los discípulos que había elegido para seguirle preguntó: « De Nazaret puede salir algo bueno?» Fue también víctima de la justicia y la tortura y fue entregado a la muerte sin que nadie saliera en su defensa. Sí, Él era el hermano de los pobres, ésa era su misión – pues fue enviado por Dios Padre y ungido por el Espíritu Santo -: proclamar el Evangelio a los pobres. Elogió al pobre cuando pronunció aquel reto sorprendente para todos aquellos que quieran ser sus seguidores: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.»
En su niñez fue un refugiado, forzado a huir del odio que había desatado la persecución, a abandonar su propio país y a vivir exiliado en tierra extranjera. Siendo un muchacho fue capaz de confundir a los ilustrados maestros con su sabiduría, y aun trabajaba con sus manos como un humilde carpintero, al igual que su padre adoptivo, José. Cuando proclamó y explicó las Escrituras en la sinagoga de Nazaret, «el hijo del carpintero» fue rechazado. Incluso uno de los discípulos que había elegido para seguirle preguntó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» Fue también víctima de la justicia y la tortura y fue entregado a la muerte sin que nadie saliera en su defensa. Sí, Él era el hermano de los pobres, ésa era su misión —pues fue enviado por Dios Padre y ungido por el Espíritu Santo—: proclamar el Evangelio a los pobres. Elogió al pobre cuando pronunció aquel reto sorprendente para todos aquellos que quieran ser sus seguidores: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.» (Juan Pablo II. Orar).