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20 septiembre 2026

TIEMPO PARA DIOS. 3. Propósitos

3. Propósitos

Este es uno de los grandes frutos que debes sacar de tu oración: el de hacer buenos propósitos. Recuerda que no sólo hay que decir: no volveré a ser orgulloso; no trataré de alabarme; no me pondré de malhumor; seré caritativo con todo el mundo, etc.
Son, sin duda, unos deseos excelentes que demuestran la buena disposición de nuestra alma. Pero has de ir más lejos: pregúntate en qué circunstancias a lo largo del día corres el riesgo de caer en la falta que te propones evitar, y en qué circunstancias podrías hacer un acto de esa virtud. Por ejemplo, supongo que has meditado sobre la humildad; ¡pues bien!, si te examinas, observarás que, cuando te preguntan en clase, sientes en tu interior un gran amor propio, un vivo deseo de ser apreciado; entonces, harás el propósito de recogerte unos momentos antes de que te pregunten para, en un acto interior de humildad, decir al Señor que renuncias de todo corazón a cualquier sentimiento de amor propio que pueda surgir en ti; si has advertido que en esas circunstancias sueles disiparte, haz el propósito de huir de esa ocasión, si puedes, o el de recogerte un poco en el momento en que supones que puede sucederte. Si has notado que sientes cierta antipatía hacia talo cual persona, proponte dirigirte a ella y demostrarle tu amistad. Y así con todo lo demás.
Sin embargo, por muchos y muy buenos propósitos que hagas, todo será inútil si Dios no acude en tu ayuda; pídele insistentemente su gracia; hazlo después de tomar tus decisiones -y mientras las tomas- para que te ayude a ser fiel a ellas, pero repítelas de vez en cuando en otros momentos de tu oración; generalmente, no es necesario que tu meditación sea árida y sólo un trabajo de tu mente, sino que es preciso que tu corazón se dilate y se ensanche ante tan buen Maestro, como el corazón de un niño ante el padre que le ama tiernamente. Para hacer más fervorosas y eficaces tus peticiones puedes manifestar al Señor que la gracia que le pides para practicar esa virtud sobre la que has meditado, es para su gloria; para cumplir su voluntad como hacen los ángeles en el cielo; que le pides su ayuda para ser fiel a tus buenos propósitos; que se lo pides en nombre de su amado Hijo, Jesucristo, que murió en la cruz para merecerte esas gracias; que prometió escuchar a todos los que pidieran, siempre que pidieran en nombre de su Hijo, etc.
Ponte también bajo la protección de la Santísima Virgen; ruega a esta buena Madre que interceda por ti; es todo poder y todo bondad; no sabe lo que es negar y Dios le concede todo lo que pide para nosotros. Ruega también a tu santo Patrón y a tu Ángel Custodio. Sus plegarias no dejarán de obtenerte la gracia, la virtud, la fidelidad a tus propósitos, de las que tienes necesidad.
Durante el día recordarás de vez en cuando tus buenos propósitos con el fin de ponerlos por obra, o para considerar si los has observado bien, y renuévalos para el resto de la jornada. De vez en cuando elevarás el corazón a Nuestro Señor para confirmar los buenos propósitos que habrá puesto en tu corazón durante la oración de la mañana. Al obrar así, ten la seguridad de que obtendrás gran provecho de este piadoso ejercicio y que harás grandes progresos en virtud y en amor a Dios.
En cuanto a las distracciones, no te inquietes; cuando las adviertas, recházalas y continúa tranqui-lamente tu oración o tu plegaria vocal. Es imposible no tener distracciones; lo único que Dios nos pide es que volvamos fielmente a Él en cuanto notemos que estamos distraídos. Poco a poco irán disminuyendo y tu oración llegará a ser más dulce y más fácil.
Estos son, querido sobrino, los consejos que pueden servirte para facilitarte la práctica tan necesaria de la oración. Es el gran medio que han empleado todos los santos para santificarse. Espero que, con la gracia, te aprovechará como a ellos, y que tu buena voluntad será recompensada con las gracias de ese buen Maestro. (Lettres du Venerable Pere Libermann, présentées par L. Vogel, París, DDB, 1964.)
JACQUES PHILIPPE