-
Ignacio Domínguez
Servir al Señor
Servite domino: al Señor.
Señor no hay más que uno: Dios.
El hombre es sinuoso, tiende a esquivar com¬promisos definitivos, busca componendas, intenta encontrar el modo de hacer compatibles el sí y el no, el dar y el retener, el participar en la mesa de Cristo y en la mesa del demonio... Pero el Evangelio no se aviene a estas manipulacio¬nes; la exigencias de Cristo van hasta el fin: Non potestis duobus dominis servire: no podéis servir a dos señores: Unus est Dominus: ¡hay un solo Señor! Y el Salmo 2 nos pone justo frente a nuestro deber primordial.
Los hombres llegaron a aliarse: gentes, pueblos, reyes de la tierra, príncipes... Tenían consignas comunes: «rompamos sus ataduras, destrocemos su yugo»... Dios llama a reflexión: intelligite... erudimini... servite Domino: ¡servid al Señor! Hoy —y en tal sentido, el Salmo 2 es profecía tam¬bién— trata el hombre de negar este servicio a Dios. Y aparece de manera sinuosa: servir al her¬mano, al prójimo...
Y el hombre, así, acaba sirviendo a sus propias pasiones, como recuerda san Pablo: Christo Domino nostro non serviunt, sed suo ventri (Rom 16, 18): no sirven a Dios: sirven a su propio vientre.
Servite Domino, dice la palabra inspirada del salmista.
No —replican algunos cristianos de hoy—, eso pertenece a una imagen infantilista de Dios: Dios no necesita nuestro servicio, Dios es omnipotente: Servite homini, servid al hombre...
¡Cuánta soberbia y cuánta ignorancia detrás de estas frases! Porque la verdad es que cuando el cristiano rechaza a Dios, rechaza también al hombre; sus manifestaciones de fraternidad no son sino palabrería de autojustificación: In hoc cognovimus quoniam diligimus filios Dei: cum Deum diligamus (1 Jn 5, 2): conocemos que amamos a los hijos de Dios cuando amamos a Dios. El que no ama a Dios tampoco ama a los hijos de Dios; el que rechaza el yugo de Dios, destruye también la unión con los hermanos.
Servite Domino: este es el primer mandamiento.
El segundo —servir a los hombres por Dios— vendrá luego, y vendrá necesariamente, en dependencia de aquél.
Una buena imagen de esto, el borrico: Ut iumentum fui coram te, Domine («Soy como un borrico en tu presen¬cia, Señor, y lo seré siempre.»): el salmista, inspi¬rado, quiere servir a Dios, servirles siempre: paciente, trabajador, sufrido... ¡ut iumentum!: como un borrico.
Y santo Tomás nos dice que el borrico es un animal doméstico —de casa— que sirve de mil maneras a los hombres todos: sin acepción de personas.