Página inicio

-

Agenda

16 julio 2026

EUCARISTÍA. Prolongar la Misa en el trabajo

Prolongar la Misa en el trabajo

El trabajo, tras la caída del primer hombre, resulta costoso. Decimos que algo es trabajoso cuando supone dificultad, fatiga, cansancio. Ciertamente, al inicio fue una bendición -¡nada menos que invitación del mismo Dios para colaborar en la obra de la creación!-, pero se cargó de peso como castigo del pecado original: «Comerás el pan con el sudor de tu frente» (Gn 3,19). Cuidar del jardín de Edén era inicialmente agradable; después del pecado, labrar la tierra, cultivarla, resulta penoso. También hoy, para ganar el sustento hay que esforzarse: responde a la ley impuesta al hombre, tal como aparece en el Génesis y san Pablo recuerda a quienes intentaban escamotearla (cfr. 2 Ts 3, 10). Pero esto no significa que el trabajo en sí mismo se identifique con un castigo; esa condición se refiere solamente a la fatiga que comporta, como solía recordar san Josemaría (Es Cristo que pasa, n. 48).
El esfuerzo que exige cualquier tarea empuja en muchas ocasiones a quitar el hombro, a recortar el tiempo que se debe dedicar a una ocupación para terminarla bien; a reducir el empeño a lo imprescindible, a lo aparente, a lo que los otros perciben. Por comodidad o por superficialidad, no se estudian todos los aspectos que un encargo profesional encierra; por prisa o precipitación, se consideran terminadas las ocupaciones que aún requerirían ulterior atención; por orgullo o vanidad, no se acogen consejos ni se busca la sugerencia de otros con mayor experiencia. La lista de los enemigos del trabajo bien realizado se alarga como el elenco de los enemigos de una vida recta y virtuosa, porque en el planteamiento y en el cumplimiento de ese deber -en sus diversas formas y expresiones- está presente la orientación que el hombre intenta poner en su vida.
El progreso de la humanidad en asegurarse alimento y refugio, ha mejorado mucho las condiciones y la eficacia del trabajo, pero no ha cancelado -ni parece que lo cancelará jamás- ese elemento de fatiga y sacrificio. Hoy nos beneficiamos -aunque no todos, ni todos por igual- de los esfuerzos de tantos hombres y mujeres que sacrificaron comodidad, posibilidades, incluso encontraron la muerte, para obtener mejoras notables en el modo de vivir y en la situación laboral. Todos procuramos, en la medida de nuestras posibilidades, contribuir con nuestro esfuerzo a ese grandioso proyecto colectivo por dominar la tierra y sojuzgarla, por sacar rendimiento en beneficio físico y espiritual del hombre. Y, al considerar el progreso en la historia, nuestra vista encuentra al Hijo del hombre clavado en la Cruz, causa de nuestra liberación del pecado, de la muerte y del poder del maligno.
Su pasión y su muerte fueron los grandes «trabajos» de Cristo, para traer a la humanidad una condición de vida nueva, que prevaleciera sobre las esclavitudes que la aplastaban contra la tierra. Esos trabajos suyos han cambiado radicalmente la perspectiva del quehacer humano, recuperando la dimensión trascendente que el pecado ocultaba e impedía. Un sábado, en la sinagoga, Jesús encontró a una mujer que llevaba enferma «dieciocho años: estaba encorvada y no podía en modo alguno enderezarse» (Lc 13, 11). Esa mujer simbolizaba la situación de la humanidad entera, abocada a la solución de sus problemas de supervivencia sin poder mirar al cielo, sin conocer el sentido divino de sus fatigas. El Señor « trabajó»: le dijo que quedaba libre de su enfermedad, le impuso las manos, y la mujer se enderezó y glorificaba a Dios (cfr. Lc 13, 13-14).
Los trabajos de Cristo sanan los nuestros: los enderezan a miras sobrenaturales, permiten que glorifiquen a Dios en vez de glorificarnos sólo a nosotros mismos, mirando exclusivamente a la tierra. Pero la criatura precisa acercarse a Cristo, ponerse a su vista, al alcance de su mano bienhechora, obedecer a sus palabras. El trabajo humano queda sanado cuando el cristiano se acerca a la Cruz, cuando se une al sacrificio de Cristo que se hace presente en el sacramento de la Eucaristía. Allí la intención del trabajador se endereza hacia Dios; en la fatiga descubre un nuevo sentido, porque se une al sufrimiento del Redentor; allí el faenar humano alcanza valor divino.
JAVIER ECHEVARRÍA